Calentar motores suele oler mal. No es lo mismo nuestro aliado natural que nuestro enemigo natural. Algunos políticos lamen intereses inmediatos que no tienen futuro. Algunos pueblos también.
Es fácil criticar a Estados Unidos, que invierte sumas desorbitadas en armas sofisticadas y selectivas (que servirán en los conflictos para evitar la pérdida de civiles) en lugar de en una seguridad social universal. Tan fácil como cerrar los ojos ante la masacre indiscriminada que ejecuta un país continental. ¿A quién le importa Chechenia? ¿Alguien en Europa levanta la voz contra Rusia?
La abundancia de recursos naturales y el almacenamiento de nuestros residuos nucleares a precios de saldo podrían ser motivos por los que nuestros gobiernos siguen pactando con una mafia aristocrática en Moscú. En el Este, donde la gente se muere de hambre y de frío, no hay dinero para pagar los empleos que deberían custodiar y/o desactivar el armamento y equipamiento nuclear obsoleto.
La guerra existe. La guerra de hoy es heredera de la guerra de ayer y creadora de la guerra de mañana. Paz es una palabra muy bonita, pero no se consigue con una flor en el pelo. El terrorismo internacional no es más que la consecuencia de una guerra fría que entrenó a millones de hambrientos en la cultura del odio.
Apoyo a Estados Unidos y a la OTAN (nunca pensé que diría esto), porque al fin y al cabo los 192 estados de las Naciones Unidas son en una alarmante mayoría dictaduras, monarquías absolutas, fanáticos religiosos, que torturan, asesinan y someten a sus poblaciones a una infra-vida, mientras sus delegados viajan a Manhattan a pactar el destino de la humanidad.
Para que la Carta de los Derechos Humanos se cumpla no es suficiente con donar dinero a Amnistía Internacional ni ir a ver a U2.
Los Cascos Azules son una idea ridícula. Necesitamos un ejército europeo. Un ejército preciso y legal, que pueda destruir objetivos militares concretos sin atacar a la población civil. Rusia no debe entrar en nuestro juego porque no se ajustaría a las reglas.
Tanto se habla de cómo Washington subvencionó a las guerrillas contra los pueblos de América Latina, y tan poco de cómo Moscú subvencionó a Al-Qaeda.
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