Thursday, March 29, 2007

Liquidación – Últimos días – Precios de saldo

Casi ni vale la pena que escriba esta entrada por lo obvio, común y aburrido que resulta volver a hablar de precios.

El otro día comenté a Lorca que me fascinaba su paciencia para conseguir los pequeños componentes que necesita para sus artefactos electrónicos, con tal de ahorrarse unos euros. Llegan por correo desde aparatos a los que ya no son útiles en recónditos pueblos de Ohio o la Bohemia (por decir algo, por supuesto invento). Comenté que yo compro tan poquitas cosas que cuando se me antoja algo, no me importa mucho el precio.

Por lo general, sin darme cuenta y quizás por esa tendencia mía a ser superficial, miento; porque luego he reflexionado en todo el tiempo que he invertido en conseguir unas botas. Y eso que no pido nada extraordinario: que sean cómodas, de piel y que las pueda pagar. Llevo persiguiéndolas desde las rebajas de enero y ya estamos casi en las de abril, que este año parece que duran.

Era hoy o nunca, porque he cobrado extrañamente temprano este mes. Y he tomado la decisión de desistir después de probarme con calzador unas que ni siquiera eran mi número y ni siquiera me gustaban (las modas de este año/los horribles tacones/los diseños horteras), sólo porque costaban 90€, lo más barato que he conseguido encontrar después de tres meses de búsqueda de coleccionista. No sé, quizás a alguien le parezca una suma razonable, pero a mí me dan ganas de coger un tren lejos y ver por ahí qué encuentro. Quizás lejos de esta ciudad los precios sean distintos, quizás me acabo gastando lo mismo pero me habré pegado una buena excursión. O quizás la globalización hará que no me compre nunca unas botas que las pobres viejitas de siempre no consiguen vender, porque les costaron caras a ellas también, aunque ya sabemos que quién las hizo no cobró mucho por ellas.

Wednesday, March 28, 2007

Piedra número dieciséis: “inseguridad”

Llegó abatida por el miedo y espoleada por el amor. No conocía a nadie en la corte, excepto al caballero que la había invitado, su apuesto Guillermo. Ariadna había tejido un vestido de otros vestidos para la ocasión, y aunque tenía arte y había quedado satisfecha con el resultado, cuando llegó a la corte se vio sin verse como lo que era: una campesina pobre. No sentía vergüenza, pero se sentía fuera de lugar. No conocía los bailes, no sabía moverse como las otras doncellas. No reía como ellas, de hecho, no reía. Ni siquiera hablaba el mismo lenguaje. Guillermo le deparaba atenciones y la trataba como a una princesa en presencia de otras personas de evidente rango y eso la hacía sentirse aún más intimidada.

En un momento de la celebración, cuando el vino había entornado los lindos ojos de Guillermo y muchos jóvenes desaparecían a jugar por los jardines, un grupo de chicas llegó corriendo, ruborizadas y sin aliento, hasta el rincón de la balconada donde habían logrado esconderse.

Entre gritos de excitación y carcajadas seductoras, consiguieron convencer al “primo” Guillermo de salir al jardín para jugar al escondite. Guillermo sujetó la mano de Ariadna bien fuerte, pero mientras los arrastraban con un entusiasmo arrollador a través del gran salón, Ariadna perdió la mano de Guillermo.

Todo el mundo había marchado. En la sala sólo quedaban algunos abuelos y abuelas, la mayoría dormitando. Ariadna sufrió el espejismo consentido y egoísta de que Guillermo regresaría pronto a por ella. Pero tras un rato de espera, de pie en el umbral de la puerta, la embargó una insubsanable tristeza que quizás acrecentaría de manera injusta si lo veía llegar ahora, sudado y descamisado a causa del juego.

Ariadna imaginó que echaba a correr locamente hacia el bosque donde estaba su casa. Cuando por fin decidió irse, lo hizo lentamente, porque aún tenía esperanza.

Tuesday, March 27, 2007

Tintin al cinema

Dreamworks, la productora de l’Spielberg, portarà al cinema las aventures d’en Tintin, l’heroi periodista creat pel dibuixant belga Hergé. S’esperen una sèrie de pel·lícules que encara no se sap si seran amb actors reals o amb animació. La primera entrega està prevista per al 2009, per fer coincidir l’estrena amb el 80 aniversari del personatge.




Saturday, March 24, 2007

Luzbel se queda unos días

Vivo en una sábana roja. Dicen las mentes prácticas que lo del lunes es simbólico, que dará nombre a una situación ya existente, que en absoluto será traumático. Las ninfas que me rodean son tan jóvenes que al chapotear en el agua, buscan alabanzas. A veces me siento la más pequeña de todas y tengo miedo; a veces la mayor, y me siento culpable. ¿Qué mundo de poesía hemos creado cuando nos conmueve, de lo previsible, lo más inesperado? Si los ciclos absorben la luz para devolverla ¿estamos a oscuras o ciegos?

Vivo sin pensar en la mentira ni en la verdad. Pero sigo mintiendo.

Friday, March 23, 2007

Pertenencias

Hay quien no consigue deshacerse de los recuerdos. Y hay quien no quiere.

Viajo con una mochila y un saco. No guardo fotos, ni libros, ni discos. Mis posesiones temporales andan esparcidas en casas de amigos que sí guardan y así mis recuerdos se funden con los de ellos.

Tengo amigos que guardan los juguetes de cuando eran pequeños o sus primeros dientes. Y otro que atesora fotos, videos e incluso las primeras herramientas con las que comenzó sus bricolages electrónicos. Yo no tengo mi primera muñeca, ni la pizarra en la que dibujaba, ni las cartas de Marcial, tan bonitas, que durante tres años llegaron a casa cada semana, después de una tarde de lluvia en un refugio del Pirineo, cuando nos conocimos, él con quince años, yo con uno menos. Pero me acuerdo… No sé si acordarse es suficiente, no sé si los recuerdos valen, cuando no hay pruebas materiales.

Tampoco conservo mis prendas favoritas de ropa, que se han ido extraviando en el tiempo. A veces revuelvo en la mochila en busca del vestido azul: “juraría que estaba aquí dentro”. No recuerdo cuál fue la última vez que vi aquellas botas de piel tan cómodas, punkies pero elegantes, que nunca se desgastaban. También me deshice de la primera novela que escribí con la vieja Olivetti que entonces era, aunque de tercera mano, bastante nueva. Ni qué decir tiene que en su momento pensé que no valía la pena cargar con aquellas páginas y que afortunadamente no he cambiado de opinión.

Hasta hace poco aún tenía una montañita de posesiones preciosas en casa de mis padres: los apuntes de la universidad (en aquella época dibujaba a la tinta de fábula y con ese único propósito los conservaba), algunos libros selectos, antigua ropa de aeróbic de competición que el tiempo ha convertido en hortera y que mi cuerpo ya no podría lucir sin miedo. Mis padres se iban y yo estaba otra vez en una situación en la que hubiera sido imposible (quizás sólo muy incómodo) acumular objetos. Metí todos mis diarios en una caja (todos menos aquel primero que quemé en un despiste emocional de los míos, a los trece años) y los dejé en custodia de mi tía. Pronto voy a ir a recuperarlos, mi única pertenencia.

Tuesday, March 20, 2007

Regressions històriques

L’altre matí donava la volta al mercat camí del tren quan de lluny vaig veure a un home amb un conill a la mà, un conill blanc, pelut, viu, que l’home balancejava en caminar, subjectant-lo per les orelles. De sobte, els homes de negocis foren mercaders de bon tarannà i en lloc de córrer a un rellotge de control d’horaris s’entretenien a parlar amb les petites tendes del carrer, que eren plenes de viandes, estris de la llar i artesanies útils, i no pas basars xinesos ni grans establiments de matalassos de luxe, bancs amb seductors androides als seus vitralls o oficines de telefonia mòbil. Els nens i nenes es perseguien camí de l’escola i no anaven agafats d’una corda per desaparèixer a la boca de l’estació de tren. Les dones caminaven tot remugant el cul sota frondoses faldilles amb la gràcia de qui camina descalç (o en espardenyes o en esclops), gràcia que les modes d’avui en dia han eliminat dels nostres carrers.

La regressió tocà el dos quan l’home del conill es creuà amb mi i vaig veure que no era un conill sinó una bossa de plàstic blanca, amb les nanses estarrufades.

Aquest matí un senyor gros, de pell vermella, caminava amb pas ample i braços de forta embranzida, pel bell mig del carrer. Amb riure rovellat i profund cridava: “ah, el vent, el fred, com aneu tots de tapats, carallots!”. Ell anava espitregat i per un moment m’he cregut al moll, al segle XVII, envoltada de pirates i a punt de prendre una bona de pinta de cervesa, abans de començar el dia.

Després he arribat al trànsit i al tràfec i grisament m’he perdut a la boca de l’estació de tren, lligada a una corda invisible.


Saturday, March 17, 2007

one year



Este fin de semana Stella Blue cumple un año. St. Patrick otra vez. Y el día brilla.

Friday, March 16, 2007

Edmundo Marino


Pues eso, invitados estáis a pasar a ver a la banda revelación del año. Más no digo, que no soy crítica musical.


Wednesday, March 14, 2007

Piedra número quince: “Presencia”

Dije a alguien: “mira qué vista” y tú te hiciste el ofendido, al encontrarte con un dedo que te señalaba. “Así que ahora soy vista”. “Claro que no, bobo”, dije.

Era mediodía y la carne se asaba sobre un viejo somier y ante nosotros ese gran Collserola que tal vez será cierto que preservarán de la urbanización. Era mediodía y el vino entraba terriblemente bien y era peligrosamente rico y los calçots ya se movían en las tripas buscando nuevos caminos, nuevos diseños.

En nuestra felicidad campestre, ¡qué sabíamos aún de la placentera tarde, de la noche de llamas locas que traería música y cuerpos de almas desnudas, de conversaciones inspiradas, de la esplendorosa fiesta entre buenos desconocidos, buena gente!

“No lo digas, no lo digas por decir”, dijiste, “que aún me vas a decepcionar”.

Y si la palabra no había saltado rauda fue porque tenía que buscarla. Como sólo al final de la noche, sola en mi cama, me sentí despojada, abandonada. Y es que la presencia es algo muy grande. Y aquel día brillabas. Como los demás, elfos del mañana, genios del vivir.

Thursday, March 08, 2007

Ponts

Una Conversa amb en Merlí a la Cova del Temps Amansit. Veig que la gran diferència entre tristor i apatia és el pont que existeix en la tristor i en l’apatia no. Hom sap que pot travessar el pont quan tornin les forces, quan deixi de ploure o acabi la nit. Però si hom veu el pont i no li suposa cap diferència de fons estar en aquesta riba que a l’altra, quin sentit tindria creuar-lo? Per què? Quan tota filosofia, emoció, capacitat i il·lusió s’hagi convertit en un joc de la ment, ¿deixem de ser humans i ens convertim, potser, en màquines?

Tota vida és difícil. Hi ha vides tràgiques, tragicòmiques, terribles, divertides, encaminades, confuses, directes, apagades, ostentoses, mortes de gana, emocionants, avorrides, plenes d’amor, mortes d’amor, absentes de vida, exuberants de mort.

Algunes persones tenen el motor de l’ambició; ambició de fer les coses que els fan feliços, que proporcionen plaer, ambició d’estimar millor, de sentir-se estimat, ambició de canviar petites o grans coses que podrien fer el món més sostenible, ambició de conquerir un coneixement, un atribut, una destresa, ambició de construir una llar, de fer un viatge, de tenir diners, d’una feina més agradable i més ben pagada, de tenir fills. Però i si aquesta ambició no existís? I si no existís des del principi, des de la primera percepció? I si tota la vida no fos més que un conjunt d’actes mecànics, repetitius? Com es viu la vida quan es perd la innocència?

"Somnien els androides amb ovelles elèctriques?"

Sunday, March 04, 2007

Piedra número catorce: “Fetichismo”


La abuela ya no podía valerse sola y las hijas decidieron que debía abandonar su hogar para ir a vivir con Miriam, que era de las tres la que tenía espacio, tiempo y una buena habitación de invitados.

—Tus cosas tienen que caber en veinte cajas, máximo —le dijo Miriam.

Y la abuela se echó a llorar ante la estupefacción de su hija, quien había calculado generosa y cuidadosamente que veinte cajas equivalían, por lo menos, a cuatro vidas.

Sólo los álbumes de fotos ocupaban ya siete cajas.

—Está bien —dijo Miriam —, veinte cajas sin contar las fotos, que caben bien en nuestra librería.

La abuela hizo una gran criba de ropa. Por supuesto había prendas que no había vestido en cuarenta años, pero no las había guardado durante tanto tiempo para en el último momento deshacerse de ellas. Quiso repartir sus vajillas, sus copas, sus manteles almidonados, sus cuadros, lámparas preciosas, utensilios de cocina históricos y también modernos. Los nietos ayudaron con los objetos prácticos. Lavadora, secadora y microondas, desaparecieron en un fin de semana. Pero nadie quería, por ejemplo, las alfombras. Las hijas pretendían que las vendiera. Eran caras, sacaría dinero que le sería útil para otros caprichos. Pero toda su vida había sucedido sobre esas alfombras. Miriam había nacido en la de la habitación. Su hombre había muerto en la del comedor. Nadie quería tampoco las ropas de él y algunos de los trajes eran de buenísima calidad y estaban en perfecto estado. Separarse de los enseres de su esposo le era más penoso que deshacerse de los suyos propios.

También estaba la colección de música clásica.

—Vale —dijo Miriam—, puedes llevarte los discos y el tocadiscos, aunque ya sabes que Luis lo tiene todo en el ordenador y que no ocupa nada de espacio.

El día del traslado, la abuela se dio cuenta de que quisiera llevarse el reloj de cucú, las macetas con sus plantas, la jaula del periquito (aunque hiciera años que no había tenido ninguno, le gustaba poner flores dentro, en homenaje a todos sus muertos), la cómoda de su abuela, el espejo de vestir de su madre, la mecedora de su padre, la cuna de su primera muñeca, la caja de herramientas…

En el último momento entró en el estudio, abrió el armario empotrado y volvió a echar un vistazo a todo lo que renunciaba: veinte cajas de postales y cartas, tres costureros que serían la envidia de cualquier modista profesional, veintisiete pares de zapatos y los cuadernos con todos sus dibujos.

Se apoyó bien en el bastón y con una agilidad que los suyos ya le desconocían alcanzó uno de los cuadernos con la mano libre y lo apretó contra su pecho. Miriam entró en la habitación.

—Mamá, no te lo puedes llevar todo.

—Es que es tan difícil decir adiós a las cosas.

—Se nota que no te has mudado nunca. Yo podría irme de casa con tres bolsas, dos cajas de libros y el ordenador.

La abuela la miró implorando compasión.

—Sabes que podemos venir siempre que quieras, mamá, no vamos a vender la casa ni hacer desaparecer tus cosas.

La abuela suspiró resignada y decidió recuperar su dignidad.

—Solo os pido un momento a solas con la casa, antes de irme.

Cuando todos hubieron salido, la abuela fue a su habitación, abrió el armario, hundió la nariz entre los trajes del marido, se miró en el espejo de su madre y se cercioró de que todo estuviera bien doblado en los cajones de la cómoda de la abuela. Al pasar por el comedor, comprobó que el cucú estuviera a la hora y le dio cuerda.

—La verdad es que quedarías monísimo en mi nueva habitación —le dijo al reloj.

No sin trabajo y peligro para su estructura ósea, lo descolgó y lo metió en la cesta de la compra. Luego entró en el baño, recogió el juego de afeitar de su esposo, fue a la cocina, escogió su paño favorito y el cepillo de los zapatos de toda la vida, que era el que los dejaba más brillantes y bonitos. Así equipada y satisfecha de su capacidad de síntesis, atravesó el pasillo que la llevaba al mundo de los demás.

Thursday, March 01, 2007

De escapes de agua y dedos del centro

Regreso a casa por las calles de la catedral en la quietud de la medianoche. Diviso un BcNeta a lo lejos, manguera en mano. Cuando estoy ya bastante cerca le miro como diciendo “tío, sino bajas la manguera, me vas a mojar” y el tipo baja la manguera. Yo sigo mi paseo imperturbable, mirando a la luna, tan bonita ella allá en el firmamento, cuando escucho el choque de agua a presión contra el pavimento justo tras mis pies. ¿Será posible que me persiga la manguera? Me giro para mirar al tipo que suelta una mueca y que mueve la cabeza en ese gesto inconfundible de “espabila nena o te mojo”, tras lo cual y de manera inmediata me sorprendo mostrándole el dedo del centro. Un poco más allá, otro BcNeta repara su manguera rota con una bolsa de basura (hay que ser cutre), y el agua, consecuentemente, sigue escapándose sin propósito y sin remedio. Mientras miro esta escena veo que la fachada de la catedral es una tela pintada y que está cubierta de publicidad. “¡Ay Dios!” (pienso, y no es en este caso una exclamación popular), “¡hasta dónde vamos a llegar!”. Esta mañana al salir de casa, un trabajador de los que están reestructurando mi calle pegaba ostias a una tubería con un martillo. Como no soy lampista no sé en realidad si ese es el método correcto de corregir una mala juntura y evitar escapes. Y como si todo formara parte del mismo plan, mientras en el tren me dispongo a entrar en el capítulo final de Frankenstein, en el periódico de al lado leo que en tres años el agua subirá un 40% de precio. Y me he visto en plan Dune, con un traje reciclatorio de mis propios líquidos.