Saturday, December 30, 2006

Piedra número ocho: “arte”


El arte es un vicio como cualquiera. Por la calle un duende dijo: “ya ves, nada cambiará, ahora todos tenemos hobbies”. Su tono denotaba fatalidad. Los hobbies dispersan, las pasiones aglutinan. ¿Dónde se sitúa el arte?

Lo más fácil es abandonarse a las tendencias personales y a veces desaparece todo el día libre en arte. Siempre queda la duda, ¿Puede el arte cambiar el mundo? Bien, ya sabemos la respuesta a esa pregunta. En la película “Belle Époque”, que con deleite volví a ver la otra noche, el viejo dice del cura: “nunca comprenderá que Unamuno es un poeta, no un político”.

Nos encerramos con nuestros compañeros de aficiones a tocar música o hablar de libros o pintamos a veces alguna espontaneidad que acaba en un lienzo, en una exposición. Y más tarde, terminada la explosión de creatividad, entre cigarrillos y copas, hablamos de qué haríamos si el mundo estuviera bajo agua mañana. ¿Qué proporción del tiempo que dedicamos al arte podríamos emplear en alguna organización que luchara por el futuro?

Solitarios en nuestras infancias, algunos de nosotros descubrimos un placer que procedía de dentro, que era gratis, que no necesitaba del consentimiento de nadie, que siempre nos acompañaba. Y desde entonces el mundo, nuestro mundo, por lo menos, tiene un poco de orden y de sentido.

Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer; ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

Miguel de Unamuno


Thursday, December 21, 2006

Gebre

Músics i pidolaires es barallen per un lloc “legal” al carrer. A l’entrada del metro, la mare d’una parella sense feina i àvia de set criatures ofereix mocadors clandestins al costat dels cinturons d’imitació d’un jove senegalès, a dos quarts de vuit del matí. Des del tren, el Vallès vessa gebre. En el seient del davant dues equatorianes es queixen del cansament acumulat durant llargues jornades per uns pocs euros. Els estudiants, en el seu darrer dia de classe, dormen alguna mona, juguen amb els mòbils, es miren al cristall. Tothom duu a la mà un d’aquells diaris ràpids, que més que informar, atabala. La millor manera de no turmentar-me és passar a l’acció. Potser només el Nadal original fou dels pastors i dels pobres.

Gràcies a Merlí per la seva inspiració i les seves classes de música



Tuesday, December 19, 2006

El poder del llanto


(historia del regreso de Bretaña el 12/12/06)

Una sabe que la pesadilla se avecina cuando en vistas de tres vuelos por delante, el primer avión se avería y retrasa una hora su salida. Una hora rodeada de portátiles y negocios que ya han terminado su jornada y que se entretienen ahora con juegos, el retraso de un avión sólo el pan suyo de cada día. Cuarenta y cinco minutos de vuelo pidiendo al Poderoso un poco de viento en cola para que abrevie el trayecto. Pero no, no hay suerte. De Brest a Nannes, por tanto, de los nervios. En Nannes, la primera gran carrera de la tarde para poder pillar el avión a París. Por los pelos, pero entro. En CDG, entiendo tras un rato de espera que a pesar de que me aseguraron que mi equipaje entraba conmigo en el avión, ha perdido la conexión. De modo que espero mi turno para rellenar los formularios. El tiempo apremia para mi último vuelo y debo atravesar en autobús todo el aeropuerto. Como se trata de otra compañía, a la chica poco le importan mis prisas y elegantemente y con parsimonia, teclea en su ordenador.

Por fin, resguardo en mano, echo a correr. CDG está construido de niveles, espirales, círculos y curvas. Cada vez que me detengo o me giro, olvido de dónde venía y tengo que volver a preguntar hacia dónde ir. Espero en las afueras de un oscuro París de hormigón un autobús que nunca llega. Un empleado comenta “hace frío, ¿eh?”. “No lo sé”, le digo, “aún no he parado de correr”. Y le cuento la historia de la avería y del equipaje perdido y cómo mi avión sale en media hora. “Pues la terminal 1 está lejos”, me informa para mi desánimo, “pero yo te llevo directamente al check-in de Vueling”. Así que me quedo junto al tipo, todas mis esperanzas puestas en él.

Llegamos a toda leche y sudando, veinte minutos antes de la salida, pero el vacilón de turno no me quiere dejar pasar. “No tengo equipaje”, imploro en mi francés paupérrimo, “sólo tengo que saltar dentro, tal cual”. Pues no, no puede ser. El muchacho salvavidas, todavía conmigo, me acompaña al mostrador de venta y explica, en su impecable francés, mi pequeña desventura. “Si quiere coger el siguiente avión, tendrá que pagar un nuevo billete”. 169€, nada más y nada menos. El salvavidas dice “bueno, he hecho lo que estaba en mi mano” y se va. Y a mí me sobreviene todo: el cansancio, lo tarde que es, que aún no he parado de correr ni he ido al lavabo ni he bebido un sorbo de agua, que mañana madrugo para ir a trabajar, que no voy a tener conmigo mi ropa favorita, que ni siquiera estoy lista para regresar, que con tanta carrera se me ha vuelto a abrir el esguince y que me cago en todo, ¡joder! De modo que ni corta ni perezosa, me echo a llorar, que es como una servidora mojigata suele aliviar sus tensiones. “Sólo por esta vez”, dice la chica, “le permitimos en cambio de billete por 50€”, que me joden también pero no tanto y que me van a sacar en media hora del segundo aeropuerto más feo del mundo (el primero sigue siendo Atlanta).

Així que ja sabeu, companys, companyes… Qui no plora, no mama.

Monday, December 18, 2006

Fin de semana en la ciudad


Comienza con una llamada inesperada cuando recién subo cinco pisos a pie cargando una estufa catalítica que me acompaña incómodamente desde el barrio de al lado. Es Osadía quien llama. Tiene una cena de trabajo a la que le da un poco de palo ir porque está reventado. Dispone de una hora y media por matar. “¿No tendrás un rato?” pregunta. “Afirmativo”. Nos tomamos unas cervezas en “El Jardín” del Conservatorio Municipal de las Artes Suntuarias y nos ponemos al día de nuestros secretos, después de nuestras vidas. Decido acompañarlo a la cena y conocer a sus compañeros de trabajo con la idea de tomar una cerveza y volver pronto a casa, que también estoy cansada y aún me tiemblan los brazos del peso de la catalítica. Al llegar al restaurante me animan (aunque soy fácil de convencer) y me quedo a cenar. Después de cenar copeo y para mi sorpresa, ya de madrugada, me encuentro bailando en el Arena, que ya no es un lugar de sarao sino de diseño y un poco neonazi (que nadie se me enfade), a parte de que vale 12€ entrar (un chaval bien amable de la empresa de Osadía me paga la entrada, que sólo tengo 4 céntimos). Bueno, pues ya decido despedirme y retornar solitariamente por las calles y al llegar a la plaza del Kasparo trepo a la casita de madera de los niños para descansar un rato porque me cuesta bastante caminar en línea recta.

Al día siguiente comida en casa de mis padres. Nos ponemos de acuerdo para Navidad. Tomo la decisión definitiva de quedarme (había considerado marchar) porque todos necesitamos estar juntos otra vez, que ya hace tiempo que no nos vemos con el resto de la familia. Merlí viene tarde y con la guitarra. Mi madre quiere saber de su vida sentimental (ya me había tanteado a mí antes), pero como siempre Merlí se mantiene misterioso y hermético.

Por la tarde, chocolate caliente en la granja de Xuclà con mis niñas. ¡Qué guapas que son todas y qué suerte tengo de ser parte de sus vidas! No es un gran día para reírnos. Quizás sea la Navidad, que nos toca a todas particularmente extraña este año. Quizás la falta de sueño acumulado de tantos días de actividad laboral y extra-laboral. Aún así, nos amenizamos con bastante arte, sobre todo Eire, que sigue divertida a pesar de lo que continuamente se le viene encima. Decidimos un cine y votamos por “El Perfume”, con reticencias. A las que nos hemos leído el libro, la película nos deja con la sensación de no haber olido nada.

Tras el cine y un momento de charla nos dispersamos, con la intención de vernos el viernes que viene, para mi cumpleaños. Regreso por las calles superiores al Macba un poco desangelada, porque de repente esta vida se me antoja banal. En la pista juegan a fútbol y a baloncesto en la oscuridad. Los urbanos hacen soplar a un tipo que va muy bien vestido. El bullicio de grupos que deciden donde ir a tomar la próxima. Y pienso en la miseria del mundo, de los otros mundos y me torturo mirando, sin saberlo, a la biblioteca desierta de la nueva facultad. Mi felicidad y estabilidad me hacen sentir culpable. Siento pena, fracaso, remordimientos. Algo debería estar haciendo. En lugar, gasto mi tiempo libre en vicios, indulgencia, placer.

Encuentro a Bella en casa que está a punto de ir a dormir. Recibo un beso y un abrazo de buenas noches. Una de las ventajas de vivir acompañado.

Domingo de limpieza: gimnasio, verdura, carne a la plancha. Las gaviotas se han cagado en las sábanas que ayer colgué. Otra lavadora para lo mismo, ¡viva la ecología! Escribo, escribo, escribo. Cuando ya es la hora, hago mis llamadas pendientes al otro continente. La noche hunde sus muelas en mi añoranza de Lorca, tomo a la piva y, acompañada de su vibración, canto. Luego adorno el árbol de Navidad. Y ya a punto de cenar suena el teléfono y me trae por sorpresa la voz más deseada.

Sunday, December 17, 2006

Piedra número siete: “descanso”

Prólogo: esta piedra pensaba caer en el tópico “amistad”. Sin embargo, ha resbalado por azar hacia el “descanso”. Motivos:

a) Así lo sugirió Lorca tras una noche de merecido descanso que lo dejó casi como nuevo (casi, porque en aquellas semanas trabajaba tantas horas como hay).

b) A propósito del estrés, llegó a mis manos un delicioso relato de mi primer amor a quien espero ver esta semana después de veinte años.

p.d. Paula dijo que yo me desnudo más que ella en el blog, ahora me desnudaré un poco más.

Y sin más demora…

Sonó el despertador cuando iba en un coche buscando pistas en el asfalto para encontrar a un delincuente. En el coche, le preguntaba a mi compañero, “ahora que tengo un caso —al parecer era mi primera vez—, ¿significa eso que sólo debo ocuparme del caso y que puedo dejar todo lo demás de lado?”. “Sólo puedes ocuparte de esto, 24/7”, respondía él, “y debes dejar todo lo otro de lado”. Por algún motivo aquello, en el sueño, me producía alivio, y al sonar el despertador me agobió que de repente volviera a preocuparme por todas las otras cosas.

En el tren, camino del trabajo, tenía sueño. Me sentía como si no hubiera dormido, que es como me siento la mayoría de las mañanas. Y eso que sólo debo ocuparme de lo mío, porque no tengo hijos. Para un día estándar, conté: paso diez horas fuera de casa, entre transporte, trabajo, la hora de la comida, etc. Eso me deja catorce. Descontamos la hora tras el despertador, para café, aseo, etc. Me quedan trece. Supongamos que hago la compra, cocino, ordeno, limpio un poco, ceno, en un tiempo récord de dos horas total. Eso me deja once horas. De las cuales, en teoría, duermo ocho. Me quedan tres. Pero como en verdad duermo seis, me quedan cinco.

Cinco horas parecen mucho, ciertamente más que tres, y considerando que no tengo televisión, pues ese tiempo que ahorro. Pero como en esas cinco horas ya no me queda mucha energía, a veces lo más apetecible es, en lugar de cenar sola, cenar con alguien y luego tal vez ir al bolo del hermano o del amigo, la obra de teatro de Paula, la puesta en escena de un conocido. ¡Zas! Ahí van las cinco horas, más un par más que robo de las seis del sueño (que por cierto, invierto bien a gusto porque es el único día de la semana en el que por fin respiro tranquila). Aún debo conseguir con otros días todas las cosas necesarias para mi supervivencia: visitar a la familia, quedar con amigas y amigos (en grupo y por separado), amar, ir al gimnasio, que es tan sano, leer alguno de los libros que sigo prorrogando, escribir, pintar, tocar el bajo, ponerme al día en la correspondencia con los seres queridos que están lejos, estudiar (una nunca termina), leer los blogs de los colegas, investigar el origen de ciertas informaciones, salir quizás a pasear sin rumbo, sin prisas, sin cometido, por una vez, escapar un fin de semana a la montaña (donde quiero volver, para que el tiempo vuelva a ser tiempo y no pierda tiempo en explicar porqué siempre estoy cansada sin haber podido hacer todo lo que quiero hacer —¿podemos culpar a la contaminación?—).

Al final se pasan las semanas volando y no he hecho mucho de lo que me había planteado. Pero es que cuando me ponía horarios para las cosas, aunque consiguiera más, vivía menos tranquila. Y el tiempo y el cuerpo ya me han demostrado que la tranquilidad es necesaria (o regresan los pinchazos al respirar, la caída de cabello, enfermedades encadenadas, anemia…).

En una discusión reciente con El Pescador, me hizo considerar el hecho irrefutable de que nuestra generación dedicamos mucho tiempo al ocio/hobbies/amigos y poco a la organización de los asuntos comunes que podrían hacer que esta sociedad evolucionara un poco más rápido y hacia delante. Hemos tenido estudios, pero nos hemos acomodado en nuestra situación de adolescentes de treinta y tantos, sin familias, sin compromisos, sin planes de futuro. Le recordé que tal vez tuvimos la suerte de poder estudiar pero que precisamente nuestra generación fue heredera de la crisis económica y que por tanto, tuvimos que trabajar mientras estudiábamos, con lo cual pasamos la juventud sin dormir, cuya consecuencia es este gran trauma por “nuestro” tiempo (sí, sí, ya sabemos que en la posguerra la situación era terrible de verdad).

Otra gente medita, reza, ve la tele, se hipoteca, compra… Pero parece que nosotros, por ser “artísticos”, tengamos más responsabilidad en el devenir de la humanidad.

Ayer le dije a Merlí: “a veces echo de menos los tiempos en que creía que podíamos cambiar el mundo”.

Por cierto, nos vemos en la mani del 23 por un techo ¿no?

Friday, December 15, 2006

Tributo III

(Châtelaudren)



Dicen que la Navidad no está de moda. Navidad es el centro de una época que comienza en otoño y termina en primavera. Es la celebración de la luz que se va y que vuelve. Nos encontramos en las casas buscando calor, después de las aventuras de verano. Existen ciertas complicaciones, siempre. Cómo organizarlo para no herir los sentimientos de nadie, por ejemplo. Cómo escabullirse cuando en verano no hubo escape alguno. Cómo mirar a la luces de la calle y no sentirse culpable, por las obvias razones que todo el mundo sabe.
Llego a casa de unos amigos que no conozco todavía y la sorpresa se convierte en una fiesta. Es romántico que suceda junto a un árbol de Navidad en una cabaña perdida en la montaña, bajo la lluvia, rodeada de niños que se revuelcan de risa en pijama por el suelo. Pero sucede cada día, cuando la Navidad la vivimos porque sí, como una forma de vida.
Ya sé que este es un post sentimentaloide y un poco cursi (en mi línea), pero esta noche en particular, la tentación era aún más fuerte de resistir.

Saturday, December 09, 2006

Robert Surcouf "el tío chulo"


Nos agarrábamos al viento para avanzar en el interior de la tormenta. En la muralla, dos gaviotas. Una ciudad joven (si la historia tiene edad y memoria), protegida del mar por la piedra. Le Grand Bé et Le Petit Bé en el centro de olas furiosas, hocicos al viento. Chateaubriand, un escritor joven (si la literatura tiene historia y memoria), se aisló allí, quizás a ser vapuleado ―o sepultado― por el viento. Una estatua en lo alto de la muralla, valiente, fuerte, señala Inglaterra, no como la estatua de colón, con un dedo, sino con todo el cuerpo. Robert Surcouf, el viajero. No pensemos hoy en aquellos que estuvieron antes. Tras el frío, un bar al fuego de una chimenea. Guiness por casualidad, pero no podía faltar. Al seguir la sombra que se nos adelanta, hacemos las paces con quienes fuimos. Un río de lluvia circula limpiamente por el empedrado, calle abajo. Desire Noir es la música de la tarde, leyenda maldita para un genio. Carbonizado por las brasas, el escudo de Bretagne, junto a una sartén para asar castañas y otra para hacer galettes. Saint Malo, ciudad fortificada. "Intra Muros" oscuro. El chico del bar viene a avivar el fuego. Una vida entera y sólo son las seis y diez, así que aquí viene la Coreff. Y camino del aseo esa emoción de estar por primera vez en el extranjero. Es cierto lo que dicen, que la juventud se lleva en el espíritu. Es más cierto cuando lo dice el Pescador: su vida y su mundo un ejemplo, no por convicción sino por carácter, que, como él dice, no nace en nosotros, sino que lo construimos. En la barra, un zurdo hace sus tareas de la escuela y bebe una coca-cola en botella de vidrio de 33 cl. Abandonamos la Belle Époque para perdernos entre tejados y fantasmas.

Friday, December 08, 2006

St. Suliac et Cancale


Tras la lluvia, el viento abre brechas de sol sobre las cortezas de árboles viejos. El pueblo es tan tranquilo que un susurro ha muerto, sin recuerdos. En el estuario algunos hombres trajinan durante el receso de la marea. El cielo corre tras una virgen, en busca de la noche. La silueta sagrada protege la costa desde lo alto de un pedrusco, en la colina. Un beso en el viento. Construyen pequeñas cabañas en las callejuelas de piedra que rodean la iglesia. Venderán en ellas los productos navideños. En la iglesia no hace frío y la música calma, reposa la imaginación. Entro en la capilla de bautismo donde no se acepta la presencia de aquellos que no nacieron del agua ni del espíritu, pero el cuenco está vacío. Al atravesar la puerta de salida, las piedras exprimen una campanada. Los niños salen del colegio, las madres los empujan dentro de los coches sin grandes miramientos. Ellos quieren reír y correr. Ellas parecen enfadadas, les riñen, tienen prisa…
… Bajamos la carretera hacia el pueblo sobrevolando un criadero de ostras. Azul gris que ata el horizonte para disolverse en la llanura de barro, inundado de sal. Los barcos se clavan en la arena, sus cuerdas cortan profundas hendiduras. Nada se mueve, excepto la marea. Dos puestos de ostras se hacen la competencia al final del puerto, el uno frente al otro. Compramos en uno y el otro comienza a recoger el toldo, las canastas. La villa, vacía en invierno, vierte luces de Navidad y lujo de turismo pudiente sobre la calle solitaria. El día se escapa por un agujero en el cielo que se cierra. El mundo está sellado, ahora. Tras la taberna, el retorno. Y el mar comienza a rescatar una a una las barquichuelas de la tierra.