Thursday, June 22, 2006

camí de l'urna

L’una del migdia i el sol es desfà sobre la Rambla del Poble Nou. La Torre Agbar tremola de calor. El terra bull. La meva cosina i jo hem quedat pel vermut abans de votar, perquè necessitem una mica de reflexió; no sobre l’Estatut, sinó sobre l’amor. Ens aturem en una terrasseta a prendre un refresc amb cafeïna, perquè és diumenge, dia de son i de ressaca. Xerrem fins que se’ns fan les tres i tenim gana. Abans de dinar, però, passem a buscar la seva filla, la Sara, que avui votarà per primera vegada.

Camí del col·legi electoral, els carrers estan deserts. Sembla que tothom hagi fugit de la ciutat. Potser ho han fet. A la cap i a la fi, és un bon cap de setmana per a la platja; un altre, ja en portem tres o quatre...

La majoria no votarà, es veu a venir. Nosaltres tres, camí de l’urna, tenim també els nostres dubtes. El “culebrón” autonòmic ha arribat a la conclusió desvirtuat, ha acabat en una batalla entre polítics, fet i fet, insignificants (no oblidem com som de petits dins d’un món que trona) i tot i ser aquest Estatut millor que el que teníem al 79, tampoc no sembla que faci tanta il·lusió. Ja se sap que a nosaltres, al poble, ens va més la platja, el futbol, l’amor...

Votar, s’ha de votar diu la meva cosina mentre entrem per la porta, és un dret que hem d’exercir.
Què he de fer? pregunta la Sara.

Ens apropem a la taula i li expliquem el procés; és un referèndum i per tant només hi ha tres opcions, per a les eleccions hi haurà moltes més. Li mostrem el cubicle per si vol fer-ho en secret.
Religiosament, votem. I en fer-ho, les cicatrius de la història em recorren l’espatlla i em fan sentir que he complert amb el meu deute de ciutadana.

Ara queda la resta del dia, el dinar, el cafè, la migdiada i sí, per què no? Potser un partit del Mundial, una cervesa al final de la tarda, a la platja, una mica d’amor...

Friday, June 09, 2006

siesta

S.B. se despierta de la siesta desorientada. Recuerda los pensamientos que tuvo mientras creía que una vez más le sería imposible quedarse dormida. Entre sueños tuvo frío e hizo de su cuerpo un nudo. Al despertar no pudo encontrarse las piernas ni los brazos. Al despertar tenía en la cabeza un grito, pero no era suyo, ni de Hugo, ni de Anaïs, ni de Henry, ni de June. Tenía una llamada perdida de Jack y tuvo la intuición de que Lauren acababa de marchar. Otro extranjero más que regresaba a su país y dejaba la ciudad sin que S.B. hubiera tenido la oportunidad de despedirse. Fríamente pensó: “me alegro de que no soy yo, de que tengo mi sitio en el centro, de que no tengo que estar yendo y viniendo”. Entró en la cocina a prepararse algo de comer pero se dio cuenta de que ardía entre las piernas y corrió a abandonarse a la caricia del vibrador. Después sí que cenó. Se sentó a escribir unas líneas pero el vecino de al lado tenía la tele a tope con el fútbol. Pensó: “¿Ya ha comenzado el mundial? El fútbol parece no terminar nunca”. Así es, S.B., una puede correr, huir, cambiar de país, cambiar de amor, cambiarse el color del pelo, el nombre, e incluso volverse loca y creer que el mundo es por fin otro, pero el fútbol, mi niña, no termina nunca.

S.B. cerró todas las ventanas pero la televisión tenía el volumen tan alto que ahora vibraba en paredes y suelos, de modo que abrió las ventanas de nuevo y puso música. Jack llamó y S.B. le dijo que estaría un rato más trabajando en las memorias de su tía, pero era mentira, en verdad estaba trabajando en un poema imposible que no tiene palabras escritas, que no tiene palabras de ningún tipo, la verdad, y que comenzó en cuanto se sirvió una copa de vino. Las memorias de su tía la hunden hoy, no hacen más que recordarle el mundo tan consentido y abominablemente ostentoso que entre todos construimos. No los que llegan en pateras, claro. Aunque es un hecho demostrado que cuando un pobre consigue algo de dinero su primer afán es el de ostentar más que el rico. Pero el mundo de la Guerra Civil le quita la energía, las ganas, la ilusión. Se da cuenta de que el equilibrio social se sostiene de un hilo y de lo poco que importa si el universo se está expandiendo o encogiendo y quién o qué hay realmente detrás de todo ello. La incertidumbre no construye vidas. La incertidumbre las destruye, mucho más rápido que el efecto invernadero. El dinero construye vidas. El dinero y las leyes, la amistad, el fútbol, la música, el arte, los estatutos, el sexo, el amor, la familia (de todo tipo y color), la electricidad (nuclear o no), los bosques, la lluvia (a ver si por fin llega), el sol y el fin de las guerras.

Sunday, June 04, 2006

Harlem Jazz Club, Barcelona

It is summer. You can tell by the smile of the youngsters and the cry of the waves, by the smell of shrimp crawling in through the opened window and the breeze, so sensual and bright, by the kids, running wild and unaware and the flowers, mature and heavy, howling and the wind. The feet feel so happy, bare or in gay sandals. At night, the seaside sprinkles its sultry crash and in the early morning the birds wake up crazy, ambushing the sky.

It is summer, well, almost, although all the signs are here for weeks now and the blood that got thick and sick and mad in April is finally ready for a little adventure, a trifling happiness, some new kisses. The bodies are waiting, as hard and warm as the sand.

There is something about a gang of man on stage, something beautiful, something to hate. They look powerful but helpless, like children with guns. And after a while they don’t look sexy anymore, instead, rather sweaty and ugly.

There is an old man walking around with roses, all wrapped up in plastic. He offers them to the public, he offers them to the musicians, and nobody takes one, nobody except Jack. He drops it. The old man picks it up.

There were only five of us when I got here. I can still see them through the smoke of the last song.

And when I get home I have lost my keys and cannot call anyone ‘cos I forgot the cell phone on my bed. So I cross back the city on my high heels, jumping and running on my toes back to Harlem, scared that I might sleep in the street the few hours I have before going back to work. And when I get there all my friends are gone and there are no keys on the floor. A couple of lovers have them; they say it was the man with the roses who found them. So I rush back to the street to fletch him and I kiss him thank you on the cheek and he gives me three roses.

There is some magic in the air. It is summer, most definitely.