Monday, May 28, 2012

Cadavre exquis


Celebrábamos los once años de Arena, ¡Qué mejor que en la playa, una paella!

Morgan arrancó un papel de su libreta y pidió que nos lo pasáramos y escribiéramos, aquel juego que los surrealistas nos regalaron. Claro que habíamos jugado otras veces, es un juego recurrente. Pero fue quizás el exótico acento de Morgan al pronunciarlo, cadavre exquis, que revolvió a la insatisfecha en mí, a la melancolía del tiempo perdido.

Estos niños y niñas, los hijos de mis mejores amigos, que te miran y te dicen: “vaya ojos, ¿tú no conduces, verdad?”…

Quizás las golondrinas no volverán, quiero decirles, pero no puedo, porque su alegría está tan intacta y no quiero perder la mía…

Pero así es, en el pueblo de donde todos venimos: este año ya no volvieron las golondrinas. O, para ser exactos, volvieron y no pudieron quedarse. Realizaron su viaje de 10.000 km desde África, 300 km por día, sin descansar, sin apenas comida, y llegaron con las fuerzas justas a donde el año pasado dejaron el nido, para descubrir que por hacer demasiado ruido y además ensuciar, la gente había protestado al ayuntamiento y éste, saltándose toda ley de protección de las especies, había eliminado los nidos del pueblo.

Sólo Morgan vive todavía allí. Quise preguntarle si despertó una mañana y encontró a exquisitos cadáveres adornando el asfalto. Pero bastante duro era no caer en hablar de Bankia, ni en cómo tan obviamente España se convierte en el basurero de Europa, ni en las ganas de asesinar que da que la gente mate a las golondrinas y sin embargo acoja sin aprensión otro cementerio nuclear.


Sunday, May 27, 2012

La esclavitud comienza con el servilismo


Orbitando y con paciencia se llega a dos conclusiones clave:

1. Lo que no quieres
2. Las cargas que no piensas aceptar, puesto que ni siquiera te corresponden.

Es tan difícil decir que no, que presenciamos corrupciones mayores y menores y contribuimos a su desarrollo, ya no sólo con nuestro silencio, sino por la magia de nuestra propia gestión.

Decir que no comporta sus riesgos. Pueden echarte o relegarte a un aburrido puesto oscuro y triste. Tus colegas pueden hacerte el vacío, pues es difícil comprender porqué te empeñas en ser rebelde, en lugar de aprovechar la ocasión para entrar en el juego del poder. Y muchas veces decepcionas a quienes pusieron esperanzas en ti y que, con los años, se han convertido en seres queridos, seres de los que dependes emocionalmente.

Son muchas las horas que pasas en el trabajo. Más que en familia, más que con amigos, más que contigo mismo. Y es en el trabajo donde solemos desaparecer, esa luz que fuimos, con ideas justas, claras e inteligentes.

Wednesday, May 09, 2012

El pony


Había un hombre en la ciudad más allá del río que en lugar de tener un perro, tenía un pony. Cuidaba de él y lo trataba como si fuera un perro. Lo sacaba a pasear con correa, le enseñaba a dar la pata, le regañaba por cualquier bobería. También lo llevaba a hacer sus necesidades al pipicán donde yo llevaba a Lulú, mi tranquila perra sin pedigrí. Fue así como les conocí… Es un decir… Los veía cada tarde.

El pony se lo tomaba con mucha filosofía. Quizás se sintiera solo y tuviera necesidad de socializar. No puede haber otra explicación para el modo en que se dejaba husmear debajo de la cola por los canes. No importaba que le hubieran husmeado la tarde anterior, todos volvían con curiosidad renovada. Y el pony – se le notaba en su tensa postura y su estoico ladear la cabeza hacia las nubes –, no disfrutaba demasiado de aquella rutina tan aceptada por los demás miembros del pipicán.

Un día el pony se negó a entrar. Se quedó clavado junto a un árbol en el parque adyacente. El dueño no fue capaz de moverlo. Al cabo llegó una mujer con una golosina, pero el pony bajó la cabeza y golpeó la tierra con los cascos, reafirmando su postura. Una multitud se formó alrededor de la escena. La policía vino a despejar. Se hizo de noche. El hombre quería irse a su casa. La mujer le susurró algo al oído. Lulú y yo nos fuimos a un banco a esperar.

Nada pasó durante largo rato. No había luna. El hombre parecía desesperado, parecía que le hubieran crecido la barba y las uñas, parecía que tuviera que usar el pipicán él mismo, y no precisamente para hacer pipí. No me daba pena alguna. Me daba pena el pony, que ya sólo por el hecho de ser pony, a mi juicio, merece toda la conmiseración del mundo.

Al final me fui. Al día siguiente no volvieron. Y hasta hoy, no les he vuelto a ver.

Saturday, May 05, 2012

Orlando


El Cinco de Mayo era una de esas fiestas que siempre celebrábamos, en Orlando. Yo pedía el día libre ya en enero y a las once de la mañana, en la cantina de la esquina de Semoran con Aloma, nos servían la primera margarita.

Para mí era lo más parecido a una verbena de verdad. Música al aire libre, niños bailando y gritando, un espacio abierto, sin coches, de uso común. Nunca sucedía en una plaza, porque no existían o, en todo caso, no para disfrute popular, sino para albergar monumentos que se apreciaran desde la distancia.

Los bares engalanaban sus exteriores con banderillas y guirnaldas y todo el mundo reía todo el día.

Alguien me preguntó, ¿cómo puedes celebrar el día en que los mexicanos celebran la independencia de España? Y yo respondí: que sepa, esto es una fiesta adoptada por los USA, como otras, y son pocas, y lo que estamos celebrando es una batalla, el Día de la Batalla de Puebla, y en todo caso, España es algo que ni siquiera sé si existe, como este Cinco de Mayo, y me da igual lo que la gente celebre mientras sea feliz y no dé por saco con antiguas ni posibles futuras batallas.

Qué buenos, los americanos, siempre te dejaban polemizar y no te acusaban de negativa, contrariamente a lo que se cree.


Thursday, May 03, 2012

El carnicero


Luisillo nos consigue la pieza que nos llevó un tiempo saber pedir, tras un arduo trabajo de investigación. Incluyó el examen de mapas del animal, tres diccionarios y la suerte de que finalmente una muchacha, en el mercado de la Abacería, supiera decirnos el nombre, “porque había estudiado”, frente a su perplejo empleador, que no sabía exactamente, como otros carniceros antes y otros después, de qué estábamos hablando.

Luisillo despacha hoy, en lugar de María, que hoy recoge. Con María ya somos amigas. Cuando estamos solas en la tienda, soltamos barbaridades íntimas, chistes espontáneos y unas risas.

Luisillo, del cual no comprendo el diminutivo, pues es un hombre mayor y en apariencia nada amable ni simpático, me anuncia que como llevo dos semanas sin ir, me ha guardado tres “piezas” (¡no revelaré el nombre!), envasadas al vacío, y me pregunta si las quiero. Su tono es amenazador y a veces pasan meses sin que llegue ni una, que desaparecen en el matadero, así que no me atrevo a decir que no.

También le pido un conejo.

- ¿Cómo te hago el conejo? – pregunta el Luisillo.

Yo estoy preocupada, porque no veo que queden croquetas (excelentes que las hacen) y mañana será el aperitivo del viernes, con los Hermanos Pizarro y la partida de dados. Percibo que María me mira de reojo.

- Que como te lo hago, el conejo – insiste él.

Y ya nos da el ataque de risa; y el pobre Luisillo sin saber qué decir, de tal modo que me cobra y se retira a la trastienda sin darme ni la compra ni la vuelta.

- Ay, ¡la primavera! – Le amonestamos, muertas de la risa.

Y de lejos grita:

- ¿Yo? Sí, coño, ¡encima!