Friday, April 11, 2014

Thursday, April 10, 2014

Help!


No convertirme en lo que más odio: he ahí el reto. Una vez identificado el enemigo, ¡qué fácil es caer en el odio, la crítica, el menosprecio! ¡Por fin puedo desahogarme! ¡Por fin puedo poner palabras al malestar y la manipulación! ¡Por fin puedo entender porqué casi me vuelo loca!

Pero estoy volviendo locos a los demás.


(A ver si Alejandro Sanz hace una versión de esto que soporte mejor el paso del tiempo. Qué cansino, este país de gente que creen ser más de lo que son. "¿Estrella del rock?" Sí, venga: a la altura de Kurt Cobain, cuya ausencia, cuya ausencia...)

Thursday, April 03, 2014

El día de la araña

Grumoso el cielo y crispada la autopista, avanzaba como podía desde el paraíso de mis deseos a mi vida laboral, que acumula tremendos culebrones de los que ya no se pueden esconder bajo la alfombra metafórica del silencio profesional.

Mi alma se ahogaba en la perspectiva. Quería dar la vuelta y regresar, aquí, a esperar la lluvia, a trabajar en mi modesta novela, avanzar a paso de hormiga diligente y un poco inocente en mi propósito de terminar al menos esta vez el borrador.

El móvil sonó con aquella llamada persistente, ya de la familia después de al menos cuatro llamadas al día durante dos meses de la grande y libre fecsa/endesa. Cambié de dial en la radio. Rock FM pinchaba “we are not gonna take it”, como cada día a todas horas, al menos no era “i love rock'n'roll”. Me moví a la Máxima, pero el refrito de Adele me acabó de hundir.

¿Podía ser la mañana más lúgubre? Sí. Al buscar las noticias me enteré del terremoto en Chile y mira, ahí apagué la radio y me puse a llorar.

Llegaba a la curva donde nos acordeonizamos todos y siempre hay accidentes, cuando vi unas patas peludas que se movían frente a mis ojos. Por instinto, soplé, y una araña de considerable tamaño y patas exageradamente largas, se agarró al parabrisas y sin demora se escondió en un rincón.

Pendiente del tráfico, veía de reojo sus patas moverse desde el escondrijo. Alerta y despierta me tuvo. No pensé en nada más que en mantener la calma y no accidentarme.

Por fin llegué a destino sana y salva. Aparqué y fui corriendo a mi lugar de trabajo, que llegaba tarde a una reunión. Una cosa detrás de otra, detrás de otra (¿habéis leído lo de la enfermera que han violado, torturado y quemado viva en Pakistán?) y varias incidencias más tarde (una estudiante es atacada, otra pega fuego a una cocina, uno es hallado muerto en su piso compartido) y ya al borde del colapso, me acordé de la araña invasora y en medio de la oficina levanté los brazos y dije: “lo siento, tengo que salir, acabo de recordar que ¡tengo una araña enorme en el coche!”. Mi compañera M, a la que tras el trabajo iba a llevar de copiloto, me miró horrorizada. Cogí las llaves del coche y salí corriendo.

Ya en el exterior me felicité: ¡qué gran salida!

No fue fácil encontrarla. Puse la calefacción a tope, pasé un trapo por todos los rincones. Ni rastro. Abrí las puertas y me moví a contraluz, hasta que divisé un fino hilo. Lo rompí y de inmediato la araña caminó por el techo, buscando un escondite. Pero yo la perseguía con un papel, con paciencia y suavidad, hasta que logré que montara. Tenía un cuerpo precioso, verde turquesa con dos rayas naranjas y unos puntos negros, pero unas patas horribles, peludas y largas.

La solté entre unos hierbajos y le di las gracias.