Thursday, February 28, 2013

La ciudad de las peluquerías

Después de días de estrés y antes de la recta final, he decidido que si salía a tiempo del curro, me iría de rebajas, que no consumo desde octubre.
En la autopista ya me fui haciendo a la idea de que quizás no podría ser. El tiempo empeoraba. Y empeoró. Y todavía en estos momentos es peor. Lluvia, golpes de viento, sirenas de bomberos y árboles en celo.

Pero bueno, yo salí y me sentó bien el temporal, que llevo dos semanas encerrada. Y las rebajas, también bien, un par de jerséis de cachemir, cuello alto, uno negro, otro verde, a 6,95, y sin hacer colas ni perder el tiempo.

Por las calles desiertas, todo abierto y vacío (¡Qué impresión, no me atrevía a mirar! ¡Me sentía la única posible consumidora!), he observado algo terrible.

¡En esta población hay más peluquerías que otra cosa! Y por otra cosa me refiero a: restaurantes, zapaterías, tiendas de animales, guarderías, escuelas, y bares, lo cual no deja de ser importante. Es más, he hecho un recuento, y hay más granjas-cafeterías que bares. Es más, os daré las cifras, bares, lo que se dice bares, hay seis, en este barrio, frente a diecisiete granjas-cafetería y lo que estimo deben ser alrededor de cincuenta y tres peluquerías.

Y aún más, allí donde la crisis cerró un negocio (panadería, fruta ecológica, el fotógrafo...), sí, ¡Han abierto una nueva peluquería!

Es cierto que el mar trae la humedad y la niebla y que siempre sopla el viento. Y que a pesar de ello aquí las señoras van muy bien peinadas.

Por cierto, que anoche dieron El retrato de Dorian Gray (versión Oliver Parker) y me pareció una buena e intrigante historia, que plasma (difícil y más sin las descripciones de Oscar Wilde) la sátira a una clase envejecida, yerma, saturada de los placeres de la vida.

Así veo a occidente. A Victorian society, after all.

Tuesday, February 26, 2013

¿Qué pensarán de nosotros por tener calefacción?


Cortar, cortar, cortar.

¿Adónde van las palabras que desestimamos, los acordes que reservamos, los colores que acabamos mutilando?

Roer, roer, roer.

Sí que los tiempos son difíciles, pero los supermercados siguen estando llenos. ¡No hace falta pisar!

Hoy un hombre de lo más apuesto me ha cedido el paso. A mí estas costumbres me gustan. No me hace sentir que yo sienta que me siento inferior y que el hombre se sentirá superior por cederme el paso.

Bueno, a lo que iba, ¿Qué pensarán los muertos de frío de nosotros, los que tenemos calefacción?

Saturday, February 23, 2013

Abrigaros los pies


Nada como un poco de nieve para encerrarse a hacer música y olvidarse del mundo.

¡Feliz frío gente! ¡Abrigaros los pies!

Tuesday, February 19, 2013

Sofie


Tenía quince años y mi tía me invitó de vacaciones a Francia a visitar a sus amigos. En el paquete estaba incluida Cécile, la hija de los amigos, a quien ya conocía del verano anterior y con la que había mantenido correspondencia durante el invierno. Cécile tenía sentido del humor, pero nunca lo mostraba. Era tremendamente seria. Había que pasar muchas horas con ella para que al fin un par de minutos relucieran.

Viajamos los cinco a una mansión en las colinas de Marsella que pertenecía a un hombre que no estaba. La amiga de los amigos vivía allí con una muchacha que no era hija de ninguno de los dos.

La mujer gritó a Sofie que habíamos llegado y una respuesta atravesó enormes estancias de vuelta: “estoy en el baño, las chicas, ¡que vengan!”.

Cuando dimos con ella, la encontramos desnuda en una bañera de porcelana, pasándose la cuchilla por la piel más fina. Yo nunca había visto nada así. Y nunca había visto a una chica tan bonita. Tenía catorce años, pero en todos los sentidos era una mujer, sofisticada, elegante, excéntrica, cosa que ninguna de nosotras dos era.

Con los días, crecía mi fascinación. Sofie entraba, salía, hacía lo que le daba la gana. Reía como una diva. Bebía champán para desayunar. Nos miraba como si fuéramos animales en el zoo. Cantaba. Y en las cenas, hablaba de política y argumentaba con los adultos. Venían a buscarla chicos musculosos en moto y no regresaba hasta el día siguiente a la hora de comer. También, a veces, se ocupaba de nosotras. Nos llevó a la playa y a una fiesta, en la que Cécile vomitó y a cuya salida tuvimos que huir de la policía porque habíamos superado el toque de queda.

Una tarde nos puso discos en su habitación y nos habló de la vida en Saint Tropez, de cómo echaba de menos a su abuelo, de lo detestable que era Marsella.

Cécile no la soportaba. Mi tía tampoco; me advirtió de que no era una buena influencia para mí, esa chica tan creída, repelente y egoísta.

A mí no me parecía egoísta. Me parecía una chica sin amor y sin familia que hacía lo posible por convertir su vida en una fiesta, en lugar de dejarse arrastrar por la desidia y la tristeza. Me hacía un sinfín de preguntas sobre Barcelona. Hablaba por los codos. Me prestaba muchísima atención. Aprendí un montón de francés con ella.

Una noche entró en la habitación en la que dormíamos Cécile y yo y me hizo guardar silencio y seguirla. Cogí la ropa, salí de la habitación y me vestí. Atravesamos la casa hacia el otro lado, donde estaba su habitación. Allí había una fiesta. Quizás quince, veinte personas. Tabaco, baile, risas, conversación. Y alguna pareja haciendo rincón.

Había luces en forma de estrellas, colgadas de las barras de su cama de princesa y la música molaba. Música negra. Nadie en particular vino a hablar conmigo, aunque crucé miradas y sonrisas. No me sentía fuera de lugar. Siempre me han gustado las fiestas. Por la ventana se veía la luna y me sentía cool. Kool and the Gang.

Al día siguiente me cayó bronca por haber dejado sola a Cécile. Mi tía me castigó, injustamente, creo. No había hecho nada malo. No había bebido ni fumado ni me había enrollado con nadie.

“Te has dejado deslumbrar por la novedad y has traicionado a Cécile”, sentenció mi tía.

Desde ese momento intento huir de las personas aburridas, aunque a menudo, como supuestamente son tan buenas, te hagan creer, ellas, o el consejo de la gente, que la vida puede ser otra cosa.

Thursday, February 14, 2013

La era de la chirivía

¿Qué pasa con tanto ego? Se supone que al crecer maduramos y que madurar es necesitar menos de los demás, especialmente de la atención de los demás. Pero no, parece ser que hemos entrado en la magnífica era de la reafirmación personal, aunque la persona en cuestión sea un chirivía. Sí, la puedes añadir a un caldo, pero si no lo haces, no pasa nada.

Y por hoy, mejor no hablo más, que aún me van a echar del curro...


Tuesday, February 12, 2013

Lover of the light

Por suerte existe el relevo. Y gran esperanza e ilusión siento cuando, tras meses siguiendo la rápida y aún asceta trayectoria de Mumford & Sons, van y ganan dos grammy, sí, damas y caballeros, esos premios que parecen consagrados al soul, al hip hop y a U2.

Conocimos a los Mumford gracias a Merlí y Ada, que en su cabaña nos mostraron en otoño la espléndida perla Big Easy Express.

Big Easy Express es una película que va de tres bandas que tienen en común el folk y que deciden irse de gira en un tren “vintage”, de California a New Orléans. La película es ese viaje, las historias entre ellos, los conciertos de pueblo, las jammings en el tren, los ensayos en el desierto. Y música, música que finalmente vuelve a calentar el corazón, de amistad, de trabajo, de presente.

La recomiendo, especialmente en estos tiempos, cuando tanto se habla de que otro mundo es posible y muchos a veces no saben qué significa eso. Vivir es elegir, verla es un viaje, y como toda buena historia, gana con el recuerdo. Aquí tenéis el enlace al sitio web:


Mi más sincera admiración y felicitación a unos músicos excepcionales, con un directo demoledor, que no están en ninguna moda, que elaboran maravillosas melodías de base clásica y palabras sencillas y profundas, como las de Steinbeck.

No me enrollo más, os dejo con "I will wait" de “Babel” (el álbum galardonado), en directo desde Red Rocks.

"El cambio viene como una pequeña brisa que agita las cortinas al amanecer, viene como el discreto perfume de las flores silvestres, escondidas en la hierba."
John Steinbeck



Thursday, February 07, 2013

Joan Dalmau

Éramos pequeños y él vivía en la calle de la iglesia. Era de la pandilla de mis papás, bohemios con fe en el futuro. Había una novelista, un ex-cura, una rapsoda, un pintor, una feminista, un actor y una catalizadora. También había más. Joan era el actor.

En su casa había un largo pasillo que llevaba a un patio frondoso o quizás medio abandonado, o las dos cosas, o ninguna de las dos, no recuerdo muy bien ahora. Sí recuerdo el escenario en la sala, la tarima de madera a la que subíamos mi hermano y yo, imagino que a hacer el payaso, mientras ellos, los artistas, arreglaban el mundo con café, humo y algo de alcohol, supongo.

Pensad que Franco por fin había muerto y los sesenta eran nuestros setenta. Recuerdo todo en blanco y negro y vaqueros de campana y cada uno de ellos iba a dejar una gran huella en mí.

Él era el conquistador. Yo era niña, pero eso lo entendí de inmediato. Nunca pensé (como hoy) que pudiera haber influido tanto en mi idea romántica del amor.

Él quería amar y ser amado.

Así que con nosotros estuvo muchos años, durante la dura y hambrienta vida de actor, luchando junto a los demás por el barrio. Creo. O quizás, no sé, fuera incapaz de comprometerse con causas otras que no fueran su pasión, la del teatro.

Tras años de gran trabajo y esa característica voz, consiguió el reconocimiento a su talento. Y el amor.

Y se fue a vivir al sur, que generosamente acoge siempre a los grandes poetas de la vida.