La hora más feliz

Me gusta estar en la cocina. Claro que mi cocina tiene luz y puerta a un patio, donde tengo las plantas que uso en mis platos. Era uno de mis sueños.

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Quizás porque estoy madurando una importante decisión, las cosas que he vivido me resultan estos días muy vívidas. Y estoy orgullosa de todos los riesgos y todos los cambios y del dolor que sigue dentro, que no es más que otro compañero.

Y me siento muy feliz de que un viejo amigo que está lejos haya encontrado por fin el amor. Sólo espero que su futura mujer no sea celosa. Ya me pasó dos veces, lo de estar prohibida. Es muy duro aceptar que nunca volverás a saber de alguien a quien quieres, alguien importante en tu vida. Pero, en fin, no news, good news. Lo importante es que la gente sea feliz. Y libre.

Yo soy feliz. Estoy enamorada. Me gusta el verano. El verano fue cuando nos enamoramos, Lorca y yo. Me gusta la programación de hoy de Discópolis. Me gusta que he pillado del videoclub una comedia para la fantástica tortilla de puerros que estoy a punto de cocinar y que nos vamos a comer con pan con tomate y unas cervezas que ya deben estar al punto. Frescas, frescas.

Pasé por la playa a darme un chapuzón al salir del trabajo. Unas chicas hablaban de una tercera que al parecer se agobiaba y agobiaba a los demás. Una de ellas ha dicho: no lo entiendo, tiene comida en la mesa, tiene trabajo, amigos, una familia que la quiere, tiene brazos y piernas y ojos con los que ver el mundo y orejas con las que escuchar, olfato, gusto, incluso tiene buen tipo, la cabrona, que no le falta de nada…

Y mientras la lista continuaba y justo antes de perderme en el murmullo de las olas para un reset de siete minutos, he pensado: y una mente para imaginar… Una mente para imaginar…