Friday, February 24, 2017

Lollipop


No sé si dejar de comprar en las tiendas que ponen las cajas de golosinas accesibles y totalmente abiertas o demandarles. Ninguna de las opciones me parece razonable, pues me quedo sin donde comprar comida. Las reclamaciones oficiales no funcionan. ¿Es un complot? ¿Reciben incluso los pequeños comercios sobornos de las empresas azucareras para que nuestros hijos se vuelvan adictos, ya a sus tiernos ochenta centímetros? Porque además, ni siquiera pago por ellas. Mandi se sirve y del mostrador nos llega un: “deja, deja, invita la casa”. Me pregunto cuantos igual que Mandi meten la mano ahí dentro.

Y, para colmo, por más que yo insisto en llamarlas golosinas, desde el mostrador se insiste en una terrible cantinela, algo así como: “ay las chuches, ay las chuches, que se vuelven locos con las chuches”. Con lo que, lingüísticamente, se equipara a bazofia algo que podría ser hermoso, un momento sublime del día (a pesar de que lo único de color en el establecimiento sean esas golosinas y lo demás tenga pinta de almacén checoslovaco de los ochenta).

/¡No las llames chuches, berzotas, que Mandi aprende palabras feas! ¡Y sácalas de aquí ya, que te lo digo cada día!/

Creí que ser madre me dulcificaría con el mundo. No sé por qué creía tal tontería. 


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