Una mujer habló a su
lado. Al principio creía que hablaba por teléfono. El tren se había quedado
casi vacío al pasar por la capital, con el olor de
desodorantes activados por el calor. Su memoria añadía la
oscura fragancia del carbón que aún se agarraba a los muros del
túnel cuando los vagones tenían ventanillas que
se podían abrir. Fue entonces, al mirar por la ventana y ver su
propio reflejo que se dio cuenta de que la mujer de al lado estaba
casi encima de ella, tratando de decirle algo, algo que había caído
al suelo, la funda de sus gafas de sol. La recogió, dio las gracias
a la mujer, bajó la mochila del portaequipajes, la puso en el
asiento de enfrente y guardó las gafas. Creyó que no iba a ser
necesario volver a subirla y aprovechó que estaba de pie
para cambiar de ubicación. Apoyó la espalda en la mochila. Tenía
mucho sueño. Salieron del túnel. Vio montañas, nubes, ríos de
autopistas. Y se quedó dormida.
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