No hay motivo concreto por el que me dé más rabia que una
mujer al volante me grite y me abocine por ir a 30km/h en una calle estrecha,
llena de niños, con obreros que cruzan cargados de fragmentos de ebanistería y
una moto que se detiene frente a mí a saludar a la vecina que resulta que conozco
porque la calle en cuestión es la mía.
No hay motivo por el que me dé más rabia que si fuera un
hombre. Llego al ceda el paso y freno, por joder, lo reconozco, que ya veía que
no venía nadie. Esta mujer que tengo detrás es mitad Esperanza Aguirre, mitad
Stallone. ¡Uf, no veas el cabreo que lleva!
No sé, puede que sea por esta cultura tan plástica que
muestra a las mujeres con los labios chupópteros y el rostro plácido que,
seamos realistas, sólo puede dar un orgasmo, que al ver a una dama en la
cincuentena que seguro que en reposo es fantástica, con su cuidada cabellera
rubia, artísticamente armada, su bronceado perenne, el maquillaje recién
incrustado, en sus elegantes ejecutivas ropas y un mercedes algo tocado, pero
un mercedes al fin y al cabo, que seguro que en reposo, insisto, es
maravillosamente simpática y no tiene ni una arruga, que al verla así, recién comenzada
la mañana, por el retrovisor, ¡al monstruoso Baron Ashler!, craneo Stallone y
rasgos Aguirre, ni os cuento, ¡se me detuvo el corazón!
Sí, sí, tal vez soy exageradamente sensible. Pero por favor
mujeres, hombres también, pero por favor, mujeres, dignidad, respeto,
perspectiva, educación, elegancia. O voy a comenzar a pensar que la culpa de lo
que está pasando la tiene gente concreta, con nombre, cochazo, lifting, deudas,
prisa, mala leche y una cara con la que me quedo.
No es que tenga espíritu vengativo… Pero seamos prácticos,
si dejamos de ser amables ¿qué nos queda?