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Me fasciné una vez con mi profesor de historia. Yo tenía
quince y él veintitrés y no fue un amor platónico ni carnal. Era simplemente la
persona que conocía cuya conversación me parecía más interesante. Yo no sabía
que existían chicos así. Sus clases eran mejor que la mejor de las películas,
que el mejor de los libros, más entretenidas y chisposas que cualquier plan con
los amigos.
Una vez nos invitó a cenar a su casa. Éramos cinco o seis.
Estuvimos escuchando discos y hablando de historia, fuera del programa. Al
terminar el instituto no le vi más. Sé que se fue a vivir al Sur.
Inolvidable siempre la persona que, con ironía y exigencia,
nos empuja más allá de los límites que tan rápidamente aceptamos.
Bonita reflexión, y gran verdad. Un saludo.
ReplyDeleteManuel
Gracias por la visita, Manuel y por tu blog :-)
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