Salgo tarde del curro. El mundo se acaba siempre antes de algo, antes del fin de semana, antes de agosto, antes de Navidad... La vida es una carrera contrarreloj para poder disfrutar de un par de días de fiesta.
Me han contado que en el funeral de
Madiba estaba la crème de la crème de todo. Y también que, bueno, que
los aviones se llenan para que no queden vacíos. Y en la radio han
dicho que el estadio estaba a tope de gente bajo la lluvia. No la de
la crème, se supone. Rajoy, desde la suprema inteligencia y
sensibilidad que le caracterizan, ha confesado a los medios lo
emocionado que se sentía, “sobre todo” porque allí fue donde
España ganó el mundial.
Llego al supermercado cansada, casi que
aplastada por las luces de las calles, cada año más absurdas.
Navidad se asemeja cada vez más a una vieja prostituta, con sus
arrugas y el maquillaje roto y la ropa mal encajada en los huesos ya
sin carne.
Allí, Leonor, la reponedora, ha venido
corriendo a mí desde el fondo del pasillo y me ha besado con mucho
amor (hacía ahora días que no nos veíamos) y me ha contado que
estaba super-contenta, porque Navidad era la mejor época del año.
Cinco hermanas y dos hermanos, huérfanos cuando la mayor tenía
dieciséis años, se mantuvieron unidos gracias a un tío soltero que
los adoptó en Sant Crist y de ahí ya, cuando se fueron haciendo
mayores de edad, volaron, y volaron, y volaron más.
Pero cada año se encuentran para
Navidad, en casa de alguno de los siete, y nunca, nunca, nunca, bajo
ninguna circunstancia, se pelean.
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