El tren avanzaba con serenidad. Las luces en el interior eran demasiado brillantes y la noche sólo se apreciaba cuando, sin aviso, pasaban frente algún edificio iluminado.
—No puedo ver, con la velocidad —dijo él.
—Es la luz —dijo ella, su rostro pegado al cristal, dentro del túnel de sus manos.
Vencida, se separó de la ventana y cayó sobre el asiento con un suspiro.
—Es como la música en tu cabeza que no puedes sacar, o las palabras que no puedes escribir… O cuando imaginas que bailas y haces un sinfín de piruetas de las que te sabes incapaz.
Él cerró la revista. Ella parecía triste. Sin embargo, se suponía que debían ser felices ¿no?
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