Observo con violenta repugnancia como al pueblo le encanta su condición plebeya.
Es como si nunca hubiera existido revolución alguna, ni filósofos, ni ciencia, ni avances tecnológicos. Puesto que se acepta como tan normal que mientras tu marido se juega la vida en una mina de carbón por un zulo de tres habitaciones, cuatro electrodomésticos y una enorme televisión junto a una pista de aeropuerto, tú suspires de placer al revisar las galas de la jetset, sus mansiones, sus fiestas y sus operaciones de estética.
¿Cómo prohibir los linchamientos populares de animales si sólo así los pobres brutos del populacho pueden desfogar la rabia por tanta opresión? ¿Cómo limitar la libertad de acción a un club de fútbol, que genera tantas esperanzas de felicidad futura?
Cuando llega el momento en que no se puede comprar ¿Qué es lo que queda?
¡España, esa animalada!
Es como si nunca hubiera existido revolución alguna, ni filósofos, ni ciencia, ni avances tecnológicos. Puesto que se acepta como tan normal que mientras tu marido se juega la vida en una mina de carbón por un zulo de tres habitaciones, cuatro electrodomésticos y una enorme televisión junto a una pista de aeropuerto, tú suspires de placer al revisar las galas de la jetset, sus mansiones, sus fiestas y sus operaciones de estética.
¿Cómo prohibir los linchamientos populares de animales si sólo así los pobres brutos del populacho pueden desfogar la rabia por tanta opresión? ¿Cómo limitar la libertad de acción a un club de fútbol, que genera tantas esperanzas de felicidad futura?
Cuando llega el momento en que no se puede comprar ¿Qué es lo que queda?
¡España, esa animalada!
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