En una noche oscura, sin luna, entramos en el bosque. Resbalé, caí, me diste la mano. No se veía nada. Volvíamos de una verbena y la grappa comenzaba a hacer sus efectos. Estábamos solos en el centro de la Toscana. No teníamos ni idea de dónde estaba la cabaña.
Nos guiamos unos metros por la dulce fragancia de los racimos de acacias que colgaban alrededor nuestra provisional morada. Y entonces, se hizo la luz. Perplejos observamos como detenida ante nosotros flotaba fantasmagóricamente una luciérnaga, tan luminosa, tan tranquila, tan hermosa. Entramos en su halo y la seguimos. Por increíble que nos pudiera parecer, la luciérnaga nos guió directos a la puerta de la cabaña y una vez allí, se deslizó lentamente hacia el interior del bosque. Esa noche supimos que nuestro amor contaba con la bendición de la naturaleza.
Nos guiamos unos metros por la dulce fragancia de los racimos de acacias que colgaban alrededor nuestra provisional morada. Y entonces, se hizo la luz. Perplejos observamos como detenida ante nosotros flotaba fantasmagóricamente una luciérnaga, tan luminosa, tan tranquila, tan hermosa. Entramos en su halo y la seguimos. Por increíble que nos pudiera parecer, la luciérnaga nos guió directos a la puerta de la cabaña y una vez allí, se deslizó lentamente hacia el interior del bosque. Esa noche supimos que nuestro amor contaba con la bendición de la naturaleza.
No comments:
Post a Comment