Desnudamos los días de sus miedos y los decoramos con mentiras piadosas. El alcohol ayuda; la medicación, el cacao, también la marihuana; el ejercicio físico, el sexo, la televisión, las redes sociales, los deportes, salir de compras, las cenas, vermús, cumpleaños, reuniones, la meditación. Y luego las mayúsculas: la Música, la Literatura, la Risa, el Cine, la Danza, el Teatro. El Arte. Aunque Arte, el que sublima y anestesia, ya no se fabrica. El Dinero, mayúscula principal, lo ha comprado.
Vivimos al minuto las tragedias y deseamos ser inmunes al dolor, a nuestro dolor, al dolor de los demás, aún sabiendo que ese dolor es lo que nos hace humanos, o no pasaríamos el test de Voight-Kampf.
¿Pasaríamos todos la prueba Voight-Kampf ante las noticias que llegan de Gaza, de las mutilaciones en África, de las violaciones de mujeres en Colombia? ¿O existe otro homo sapiens, inmune a la empatía? Eso explicaría muchas atrocidades y vulneraciones de los derechos humanos.
Pero en verdad hoy no quería ir por el mundo. También en casa vivimos tragedias. Todos perdemos a alguien, un amigo, un padre, una hermana, la hija de dieciocho años de una amiga.
Perder la cabeza también es una muerte. Pasamos el luto, porque la persona se ha ido a un lugar al que no podemos acceder. Y si regresa, deberemos aprender a ser nosotros de nuevo con ella.
Todo cambia. La ilusión de control se desvanece. Retomarlo es volver a convencernos, volver a desnudar la realidad, volver a decorarla.
Hubo un tiempo en que creía en mi poder. Leía demasiados cómics, me enamoraba de líderes revolucionarios en las movidas de estudiantes y mi banda sonora era Ride the Lightning.