Vivimos al minuto las tragedias y deseamos ser inmunes al dolor, a nuestro dolor, al dolor de los demás, aún sabiendo que ese dolor es lo que nos hace humanos, o no pasaríamos el test de Voight-Kampf.
¿Pasaríamos todos la prueba Voight-Kampf ante las noticias que llegan de Gaza, de las mutilaciones en África, de las violaciones de mujeres en Colombia? ¿O existe otro homo sapiens, inmune a la empatía? Eso explicaría muchas atrocidades y vulneraciones de los derechos humanos.
Pero en verdad hoy no quería ir por el mundo. También en casa vivimos tragedias. Todos perdemos a alguien, un amigo, un padre, una hermana, la hija de dieciocho años de una amiga.
Perder la cabeza también es una muerte. Pasamos el luto, porque la persona se ha ido a un lugar al que no podemos acceder. Y si regresa, deberemos aprender a ser nosotros de nuevo con ella.
Todo cambia. La ilusión de control se desvanece. Retomarlo es volver a convencernos, volver a desnudar la realidad, volver a decorarla.
Hubo un tiempo en que creía en mi poder. Leía demasiados cómics, me enamoraba de líderes revolucionarios en las movidas de estudiantes y mi banda sonora era Ride the Lightning.
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