– Ya puedes decir a mis padres que
entren.. Y... Dani... Gracias por todo, la vía al final está aguantando el trote.
El enfermero Dani se acercó para
comprobar que todo seguía en su sitio, revisó la bolsa de
medicamento y salió por la puerta.
– ¡Qué presumida! – observó la
paciente de la cama de al lado.
– Por fuerza – se defendió
Clarisa, tratando de enderezarse un poco –, las chicas que no
nacemos guapas debemos cuidarnos más. Tengo una compañera en el
trabajo, alta, delgada, pero con curvas, preciosa de cara,
elegantísima de movimientos, puede estar vomitándote encima y aún
es guapa... No es mi caso.
– Pero, no por arreglarte más, estás
más guapa. Eres la misma, más disfrazada... La belleza está
dentro...
Clarisa observó a aquel ser que nada
tenía que ver con ella, excepto la feminidad, quizás, y con quien
tenía que socializar a la fuerza porque ninguna de las dos iba a
moverse de allí en un tiempo. Tenía un rostro ovalado, tranquilo,
equilibrado. La nariz en su sitio, las orejas de tamaño normal, los
labios sensuales y la piel rosada. Ella, al contrario, lo podía comprobar
ahora mismo en el reflejo que le devolvía el espejo del baño, cuya puerta había quedado
abierta, tenía la piel amarilla, la nariz torcida, un ojo más
grande que el otro y la mirada estrábica.
Durante días dormía con aquella
pregunta flotando y dominando sus sueños. ¿En serio no importaba si
se ponía ropa que la favoreciera, si dejaba sus ojos sin maquillar,
desproporcionando su rostro, si dejaba crecer sus cabellos de modo
que acabara convirtiéndose en un espantapájaros?
El problema (¡cómo no lo había visto
antes!) era Eva Mendes. ¡Era injusto que Clarisa no fuera Eva Mendes!
Y si hubiera tenido el dinero para operarse y ser como ella, no
hubiera sido lo mismo, porque ella ¡quería ser Eva Mendes!
... Pero
bueno, se consoló, mejor, por una vez, pensar en estar chorradas que
en todo lo demás.
He ahí una mujer que hubiera sido más
feliz crecida directamente en la superficialidad, sin arte, ni
historia, ni filosofía, ni discos, ni amor, ni preguntas.
Estar todo el tiempo delante de la
televisión no garantiza que no volvamos a caer al interior de
nosotros mismos.
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