“¿Quién quiere esta agenda
imitación moleskine que me ha regalado el banco?”, pregunta el
director. “Yo”, digo, aunque no sé muy bien para qué.
Una agenda en papel se hace tan extraña como un pañuelo de
tela. ¿Qué haces después?
Pero, mira, me la guardo en el macuto,
de momento, sólo por el desprecio (estoy segura que sin malicia) con
que pronuncia la palabra “imitación”, y porque la moleskine
original me da una rabia indescriptible (ya con el nombre basta,
pero), por los años de adoradores de la dichosa libretita que he
tenido que soportar.
Además, donde una imitación puede
llegar gracias a su mayor inventiva, los originales siempre se quedan
cortos. De no ser por el querer imitar, o puesto más elegantemente,
por las influencias, no hubieran existido Elvis, las películas de
Peter Jackson, Pink Floyd, Julian Barnes o el Kia Optima Batman.
Pero bueno, lo mismo confundo imitación
con modelación, con inspiración...
Buenos relatos, concisos y con gracia.
ReplyDeleteImitar está bien, plagiar es un fraude.
ReplyDeletecoincido con Jordi.
ReplyDelete¿Pueden dos personas que no se conocen escribir lo mismo sin saber del otro?
ReplyDelete¡Gracias por la visita!