Esta expresión: “so cheesy”,
sinónima de “lame”, “corny” o incluso “tacky”, a veces,
y dependiendo del contexto – es decir, que algo muy “quesudo”
sería equivalente a ser cursi, hortera o burdo –, siempre me hizo pensar en el
queso cheddar.
Cuando vives por ahí y no precisamente
en Francia, aprendes a apreciar el buen cheddar. No hay nada más
fiable, más compacto ni más sabroso. Fuera de Iberia, los quesos
fuertes (de consistencia) son rara avis. El queso es para fundir con
algo, ¿para qué hacerlo duro? Sin embargo el cheddar, el buen
cheddar, tiene la mágica consistencia. Lo mismo se sostiene en la
punta de tu cuchillo un buen rato al final de la cena, que se derrite
de inmediato sobre una hamburguesa.
El otro día descubrí que en el súper
traían ahora un cheddar, así que el sábado, que celebrábamos el
cumpleaños de mi hermano, lo puse en el plato junto con los demás quesos:
de cabra de ceniza, de oveja curado, camembert, roquefort... Al verlo allí, tan
naranja, tan obvio, de aspecto mantequilloso y vulgar, pensé
“pobrecito, it's so cheesy”.
Luego resultó que en algún momento
todos hemos comido cheddar y siempre llega el día en que se le echa
de menos. Y triunfó.