Hay en mi pueblo una iglesia de
carmelitas sepultada en los edificios que han ido creciendo
alrededor. He ido con la intención errante de llorar, que es a lo
que a las iglesias se va.
No sabía que llegaba al final de un
servicio hasta que estuve dentro y me encontré con la algarabía de
señoras vestidas de pieles (ni que estuviéramos en Finlandia),
luciendo sus perlas y joyas y oliendo a sephora. Parecían recién
salidas de la peluquería. Los hombres, más discretos, aunque
claramente adoctrinados en el arte del buen vestir, participaban del
encuentro, pero se les notaba que les sería más cómodo saludarse
en el bar.
Bueno, ante tal escena, me han entrado
más ganas de llorar pero, claro, la situación le quitaba todo el
romanticismo. Es como si planeas la noche “Breakfast at Tiffany's”
para soltar el moco con tu mejor amiga y va y se presenta con el
novio. O algo así.
El caso es que he vuelto a la calle y
en la entrada había un señor modesto, limpio y educado que pedía
limosna y ofrecía su curriculum a cambio. Tres hijos. Esposa que
limpia casas. Hemos conversado unos minutos. Le he dicho que tenía
unos amigos que traspasaban el restaurante y que quizás el nuevo
chef... Pero ni siquiera conozco al nuevo chef. Ni siquiera le han
aprobado el crédito para el traspaso. Y no sé si necesitará
ayudante...
No importa, me ha dicho él.
- ¿Vienes a menudo a la iglesia? -
me ha preguntado
- Sólo cuando estoy triste.
Y me ha ofrecido su mano.
Dios, no tengo motivos. No tengo
motivos...
Tots ens equivoquem de temple. Normalment caminen o esperen.
ReplyDeleteNo són refugis, si fan por.
ReplyDeleteLos detalles son los únicos que pueden convertir la tristeza en algo de luz.
ReplyDeleteBruja
Y el amor, Bruja. Y la amistad. Que no son detalles, son como el sol, son base. Humana.
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