A la entrada del súper hay una pequeña
cabaña donde trabaja el zapatero y hoy resultó que tenía con él a
un aprendiz, sólo que no era un muchacho, sino un señor mayor.
Andaba el zapatero indicándole alguna técnica importante en el
arreglo de un tacón de unos elegantes zapatos de mujer y
tenían los dos hombres a un montón de niños mirando la escena,
quietos, cual guiñol, mientras las madres organizaban una
improvisada expedición rápida sin prole al interior del súper,
aprovechando la circunstancia.
Demostrado, los niños no necesitan
televisión.
Y un adulto no necesita nada que un
niño no necesite.
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