En septiembre sucede a veces lo que llamo “luz del trópico”. Las frecuentes
tormentas iluminan las tardes ultravioletas y los días y las noches
se ralentizan, se acercan a su tiempo.
“¿Dónde te toca?” es la pregunta
del día, como si tuviéramos que marchar a la mili. Yo no soy
patriótica. Me ofende lo patriótico. Y la religión, los clanes,
los equipos de fútbol y las etiquetas en general. Me cuesta
identificarme con un grupo, soy más de lo individual.
Pero no me gustan las prohibiciones. Y
tampoco aguo las fiestas que otros montan. Me siento invitada a la
fiesta e iré, a mi aire y vestida de fiesta, que yo no me quedo en casa para la Fiesta Mayor.
Un cambio es necesario y mi pueblo,
este pueblo al que pertenezco, aunque no comulgue con la inmensa
mayoría y aunque (no me canso de repetir), no me guste la sardana
(pero sí los castellers, els diables y les anxoves de l'Escala), ha
decidido mover ficha.
No es una cuestión de dejar de ser
españoles, es más una cuestión de evolución. Y esta España,
querida España, no cambia ni deja que nadie cambie. Como una madre
celosa de sus hijos, a los que no deja ser ni estar.
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