Una vez trabajé en un restaurante en América.
(sí, otra batallita de
las mías, old Blanche).
En una de las dos
reuniones diarias (¿sabéis que en los sitios donde se hacen
reuniones dos veces al día y se acuerdan los temas de forma práctica
no hacen falta asambleas y a veces ni sindicatos? No digo que tenga
que funcionar, sólo digo que estuve en una corporación donde
funcionaba, donde, además, los trabajadores éramos accionistas), bueno, pues en una de esas reuniones, los chicos, que eran minoría, plantearon que sería útil para el equipo
saber cuales eran los días en que las mujeres menstruábamos. Nos
pareció una idea genial, no solo porque así ya no teníamos que
preguntarnos entre nosotras, sino porque íbamos a poder prever y
organizar cambios de turno, acordemente con nuestras necesidades
privadas y, además, nuestros compañeros podían organizarse también
para cubrir turnos, a veces los buenos, a veces los malos, pero, oye,
que mejor saber lo que va a pasar, si se puede ¿no? De modo que en el calendario enganchábamos una flor de vinilo con las iniciales de las que íbamos a menstruar.
Eso removió también el tema rollete en las noches de fiesta.
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