La
habitación olía a insecticida y salfumán. Lo primero
que hicimos fue abrir la ventana. No nos atrevíamos a dejar la bolsa
en ningún lugar. El suelo estaba pegajoso. Las colchas de la cama,
roídas, con manchas. Me acerqué a olerlas y le dije a Casey que no
pensaba dormir allí, mucho menos echar nuestro primer polvo de
casados. Casey salió por la ventana y se sentó en la escalera de
incendios a fumar. Yo necesitaba ir al lavabo, de modo
que me perdí por sórdidos pasillos de luces parpadeantes hasta
encontrar uno. El lavabo parecía decentemente limpio. Eché el cerrojo e intenté relajarme, relativizar la situación. Al
fin y al cabo, estábamos en New York, que era lo que los dos
habíamos querido.
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