Tuesday, June 28, 2011

Alegría en una botella con lazo esmeralda


Aprendo de mamá. Con todos sus dolores, secuelas y cargas, jamás los proyecta. Siempre llega con una sonrisa y una anécdota simpática, de la calle, del tren, de la florista donde compró la flor que me regala. Nunca me hace sentir mal.

Ofrecer una historia divertida es una buena práctica. Comenzamos con buen pie, ahuyentamos los fantasmas, el enojo, evitamos el círculo vicioso del mal que tanto agota en ciertos encuentros.

A veces exploto en la oficina y sin poder controlarlo comienzo con las quejas y las críticas. Mis compañeras discretamente se van, primero una a la fotocopiadora, luego la otra a por unos papeles. En el vacío, la negatividad da vueltas y estoy deseando que vuelvan con alguna historia de pasillo que rompa el peso oscuro que yo misma creé.

La alegría es el bien más preciado que poseemos y hay que preservarla a toda costa. Quizás por eso he desarrollado esta frivolidad extrema, para ahuyentar mis miedos y monstruos, para no transmitirlos, para protegerme de los miedos y monstruos de los demás.

Quisiera tener una botella mágica, donde guardar la alegría exuberante que a veces me sobra y poder dar de beber, cuando se me acaba. Y montarme una bodega, regalar botellas con lazo esmeralda que borraran el mal humor y la negatividad, para que al vernos siempre nos cargáramos de energía.



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