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Camino de la playa, me cruzo con el vecino, que vuelve.
—    ¿Qué tal el agua? — Pregunto.
—    Comenzaba a removerse un poco, han empezado las olas. Si te das prisa, aún la pillas transparente. Pero sólo te queda media hora de sol.
—    Ya, ya lo sé. Suficiente. ¿Qué tal las vacaciones?
—    Las empezamos hoy.
—    ¡Joder, qué suerte!
—    Pues sí, además dicen que va a hacer un mes de puta madre y como no tenemos pasta para irnos…
—    Pues nada, a disfrutar de la playa vacía…
—    Queríamos comentaros, van a venir unos amigos de fuera unos días.
—    ¡Qué bien!
—    … Sí, sí, pero, bueno, que a lo mejor alguna noche, en la cena, hacemos algo de follón.
—    Bah, no te preocupes, nosotros dormimos con la fiesta y si molestáis, ya os lo diremos, vosotros trankis y a disfrutar de las vacaciones.
Llego a la playa y en efecto me quedan diez minutos de agua cristalina y un sol roto. Las nubes ya trascienden las montañas y polarizan la tarde.
Estoy contenta de que los vecinos se queden, estoy contenta de que van a traer a gente y que al otro lado de la puerta escucharemos por unos días el arrumaco de las vacaciones, aunque sean las de otros. Exultante, chapoteo en el mar y doy vueltas y construyo un círculo de espuma mi alrededor.
Nunca nos ha molestado el ruido de fiesta. Gritos, peleas, golpes y cosas que bruscamente se rompen, sí, insoportable, pero con las fiestas, tenemos la suerte de caer profundamente dormidos, como si perteneciéramos y, ya cansados, nos hubiéramos retirado a una habitación a descansar un rato. Ni un pensamiento negativo ni memoria de los problemas pasados o pendientes de la jornada laboral. Sólo el eco de alegría y fiesta.
Deseo que los vecinos tengan unas muy buenas vacaciones y que así, indirectamente, las podamos nosotros alargar.
 
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