Cristina se pintó las uñas de azul. Sabía que al llegar al restaurante la encargada la reñiría y le mostraría el rincón de algodón y acetona en el que cada mañana alguna rebelde debía resolver en cinco minutos la rebelión. Cristina odiaba a la encargada. Un día fueron unos pendientes demasiado largos, otro día un colgante ajustado. Y nunca le permitía ninguno de sus nueve anillos. Lo mejor fue cuando se cortó el pelo y lo tiñó de naranja. La encargada había intentado varias veces expedientarla por no cumplir con el código. Pero ¿qué podía hacer? Los clientes la adoraban. Y era obvio que Cristina representaba a la empresa más que la encargada.
Saturday, September 29, 2012
Tuesday, September 25, 2012
Hostil
Estabas en tu rincón, los ojos furiosos. Mis manos se
hincharon, crecía la necesidad de abrazarte, de besarte, de tu aprobación.
No me mirabas.
Pasaron unos minutos. De la tensión, los demás se fueron y
cuando te hartaste del silencio, te levantaste y te acercaste a mí, con empatía
cero.
- No quiero volver a verte en la vida – dijiste.
Compacté dignidad (poca) y entereza (no sé de dónde salió).
Me puse los zapatos. Caminé hacia la puerta con un dolor aturdido, confundido
en vino.
En la calle desierta y hostil busqué mi coche y no sé ni
cómo conduje a casa.
Nunca volví a verte.
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