Estabas en tu rincón, los ojos furiosos. Mis manos se
hincharon, crecía la necesidad de abrazarte, de besarte, de tu aprobación.
No me mirabas.
Pasaron unos minutos. De la tensión, los demás se fueron y
cuando te hartaste del silencio, te levantaste y te acercaste a mí, con empatía
cero.
- No quiero volver a verte en la vida – dijiste.
Compacté dignidad (poca) y entereza (no sé de dónde salió).
Me puse los zapatos. Caminé hacia la puerta con un dolor aturdido, confundido
en vino.
En la calle desierta y hostil busqué mi coche y no sé ni
cómo conduje a casa.
Nunca volví a verte.
Muy buen texto, es bueno Gina.
ReplyDeleteSalud
Muchas gracias...
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