Cristina se pintó las uñas de azul. Sabía que al llegar al restaurante la encargada la reñiría y le mostraría el rincón de algodón y acetona en el que cada mañana alguna rebelde debía resolver en cinco minutos la rebelión. Cristina odiaba a la encargada. Un día fueron unos pendientes demasiado largos, otro día un colgante ajustado. Y nunca le permitía ninguno de sus nueve anillos. Lo mejor fue cuando se cortó el pelo y lo tiñó de naranja. La encargada había intentado varias veces expedientarla por no cumplir con el código. Pero ¿qué podía hacer? Los clientes la adoraban. Y era obvio que Cristina representaba a la empresa más que la encargada.
sin dudar, Cristina, es la mejor y los clientes son los clientes. -amantis-
ReplyDeleteEso lo dices porque nunca conociste a Cristina ;-)
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