Saturday, September 22, 2012

Enid Blyton

La tarde se cargaba de nubes que al final no iban a descargar nada, pero en la ingenuidad de la esperanza y el viento, todo el mundo resolvía las compras con convicción y rapidez.
En la cola de la panadería, dos mujeres:

— Pero oiga, le dije a la enfermera, ¡que mi padre no tiene azúcar! La enfermera no va y me mira como si fuera tonta. ¡Tenía la inyección en la mano! Que no, que mi padre no necesita insulina, mírelo bien… Y va y mira el papel y me dice, pues es verdad, perdone… Y se va tan pancha… ¡No llego a estar allí y le pinchan la insulina!
— ¡Qué miedo me da! — dice la otra.
— Y las cosas que no sabemos — añade la primera.
— Ni los médicos salen enseñaos…
— Todo el mundo se puede equivocar…
— Ya, pero hay errores que se pagan caros.
— Muy caros…
— La de gente que debe morir por cosas así…
— Mejor no pensarlo…
— Sí, mejor no pensarlo ¡Peor es una guerra!
— Sí, la guerra es lo peor…
— Y esto, aquí, ¡eh! En Can Ruti…

Salí con mis barras de cuarto, una corta y otra larga, y ellas continuaban interpelándose, cual Faemino y Cansado colomenses.

Las gotas se podían ver, a contraluz de un cielo iridiscente y nuevo. No sé porqué pensé en las historias de Enid Blyton y en lo maravilloso que fue durante una época soñar con que el mundo podía ser aquello. Hoy, por supuesto, consciente de mi origen, condición y destino obrero, ya me hice mayor para aristocráticas aventuras de niños ricos que nunca existieron. Dickens es eterno.

No comments:

Post a Comment