Wednesday, September 06, 2006

El carácter ibérico

Tras una noche de pesadillas recurrentes (injustificadas inseguridades y celos), Stella Blue se disponía a afrontar el día con tranquilidad, deseando que, al menos, no le deparara ningún susto que requiriera de ella energía extra. El día en el trabajo fue tedioso a más no poder, pero eso es inevitable cuando una no desea sorpresas. Salió tarde, llegó tarde a la ciudad. Había querido ver a Eire Lebo, pero estaba ocupada. Había querido visitar a sus padres, pero estaban ocupados. Ella, al fin y al cabo, tenía una misión: ir a la Estació de França y conseguir un billete de tren del cual ya tenía previa reserva telefónica.

Bajando Via Laietana la asaltaron miedos, dudas e inseguridades, respecto a todo y respecto a nada, uno de esos días. De modo que entró en una taberna y pidió una Guiness, la primera de la temporada, que, felizmente, estaba bien servida y que ella bebió religiosamente, como el oro negro que es. Mientras bebía, confeccionó una lista. Llegó a los veintiún puntos de insensatez, siendo el número veinte: “tal vez me pasa como a Merlín, que cuando me quedo sin energía me apago”. En realidad se trataba de un ejercicio, porque le había prometido a Eire, más pronto en el día, que no se olvidaría a la semana siguiente de todas las cosas que necesitaba comentar con ella. A veces parece que Paula, Eire y Stella disfruten de comentar entre ellas las tragedias íntimas, ínfimas, entrañablemente incompartibles con nadie más.

Anyway… Stella Blue caminó un poco más aturdida, aunque no más feliz y pasó por el lugar donde venden su incienso favorito. Entró y lo compró. Luego prosiguió con su misión. El bochorno se mezclaba con ráfagas de viento tormentoso. El cielo estaba opaco y cubierto.

Al llegar a su destino, la gran sorpresa, recoge el número 660 y van por el 542. “Ummm”, pensó, “me pregunto lo rápido que irá esto”. Tras veinte minutos de agobiante espera (y eso que tenía el Mondo Sonoro para leer y que no era Sants Estació y que más allá de los ventanales el cielo comenzaba su hora misteriosa), S.B. continuaba anclada en un banco, mirando como aún no había saltado ningún número.

Entonces, iluminada por un rayo de percepción, distinguió otra ventanilla para los clientes que tenían reserva telefónica y corrió hacia allí con la felicidad en los talones. Para su decepción, la taquilla estaba cerrada. Desanimada y cansada, vio al otro lado del vestíbulo la señal “bar”. Y así fue como S.B. se bebió su espera, pensando que menos mal que al fin y al cabo no había quedado con nadie.

Dos horas más tarde (nos ahorramos lo pintoresco: muchacha durmiendo en el suelo, pareja con ramo de flores y maletas, niños corriendo en círculos bajo el péndulo; porque tampoco estamos seguros de que S.B. viera estas cosas de manera consciente), Stella Blue apagó su cigarrillo y regresó de nuevo, sin demasiadas esperanzas, a las taquillas, pensando (y de ahí el título, entre otras cosas): “no me extraña que digan que somos tranquilos y que no tenemos prisa, si es que no nos quedan más huevos, ¡joder!”, ahí plenamente consciente del hecho que el alcohol, en su caso, la había amansado.

Se sentó de nuevo en el banco y, para su sorpresa, los números comenzaron a avanzar a su favor. Con bolsas en una mano y sandalias en la otra corrió hacia una taquilla gritando “¡seiscientos sesenta, seiscientos sesenta!”. Por fin consiguió su billete, por fin salió a la calle.

La noche, o había llegado rápido o era muy tarde.

Caminó sin demasiadas ganas, pensando que tal vez al llegar a casa se encontraría con Bella y compartirían una copa de vino en el balcón, a la luz de las velas, porque la casi luna llena, la verdad, con tanta nubosidad, sería imposible de apreciar.

Por el Borne se tropezó con un bailarín en zancos. Se descubrió ante la puerta de restaurantes del pasado. Respiró los peculiares perfumes (con ironía, claro) de la ciudad vieja. Y al regresar al tráfico se tropezó con Bella, que hoy, quizás por ir sola, caminaba a toda velocidad.

—¿Adónde vas? —preguntó S.B.

—Al mar, a ver la luna —contestó Bella.

Pero como iniciaron una conversación, Bella desanduvo un poco de camino para acompañar a Stella.

Regresando a casa sola, Stella sintió grandes deseos de ver a Lorca, pero su amigo había quedado con un colega y ella no pintaba nada en aquella reunión, sin mencionar el hecho de que era imposible localizarles.

Tras varios quehaceres llegó al balcón, con su copa de vino. Divisó entre brumas la luna y pensó: “Mañana luna llena y eclipse, qué raro, normalmente es en agosto, pero este año es en septiembre”.

Y con este pensamiento fumó su penúltimo cigarrillo del día, o eso creía ella.

Algo más tarde recibió la llamada de Acción y Osadía. Osadía había perdido su cartera y justo la encontró mientras hablaba con Stella. “Ah, mis amigos”, se dijo ella, “tomando copas sin mí”. Pero el pensamiento, lejos de inquietarla, la confortó. Habían pensado en ella y Osadía había encontrado su cartera. Pronto los vería, en una semana. El mundo giraba en la dirección habitualmente mágica.

—Espera, espera —dijo Acción—, que nos venimos a Barna.

Y aquí termina a las 23.45h., el relato de hoy, porque S.B. se va de marcha.



1 comment:

  1. Anonymous2:14 AM

    stella blue, nos vemos el finde?
    te envío un beso bien fuerte!

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