Saturday, September 23, 2006

La noche de las monjas


Fue una noche ausente, no por falta de presencia, sino por su exceso. Una de esas noches que comienza como cualquiera y que luego no lo es.

Los acontecimientos gimen a veces tanto como aquellos orgasmos exagerados que cuestan de creer.

Un doctor americano de inglés abierto y musical me pedía que le dejara a Mister Adams el siguiente mensaje: “su padre ha muerto”. O eso creí entender yo. Como el doctor tenía prisa colgó de inmediato y me dejó a mí temblando. ¿Y si había entendido mal? ¿Y si el mensaje era otro? ¿Y por qué tenía que ser yo el portador de tal noticia? Tampoco era el tipo de asunto que se pudiera solucionar dejando una nota bajo la puerta.

Todavía tenía el auricular en la mano cuando los jóvenes borrachos de la 312 cruzaron la entrada del hotel dándose empujones y uno de ellos, no pudiendo soportar más la presión etílica, vomitó sin protocolos en el tiesto del magnífico magnolio del vestíbulo.

Me dirigí a ellos, “chicos, esto no puede seguir así”, en mi inglés latino, “hay que tener un poco de educación”. De resultas, y como podía haber previsto, recibí un puñetazo en la nariz.

Mientras la mujer de la limpieza, Teodora, aprovechaba mi humillante situación para acariciarme entre las piernas, a la vez que usaba uno de sus trapos limpios para detener la hemorragia, entraron por la puerta dos monjas, una de blanco y la otra de negro. Se acercaron con pasos pequeños y aire cansado a recepción. La de blanco, sin desvelo alguno, hizo sonar la campana una vez, dos veces, tres. Trapo en la nariz me dirigí, algo más recobrado pero aún tambaleándome, al mostrador. “¿En qué las puedo ayudar?”. Hubiera añadido el apelativo “hermanas”, pero no me veía capaz de pronunciar ninguna “m”. “Deseamos una habitación de las que están de oferta”, dijo la de negro.

Quizás deba mencionar ahora, no sé por qué no lo hice antes, que andábamos ya por las cinco de la mañana. “No hay habitaciones de oferta”, aseguré, con la cara compungida y la voz tan pequeña y dulce como mi situación demandaba. “Debe haberla”, exigió la de blanco, que era la joven, que era hermosa y que me lanzaba duras miradas desafiantes, incluso me atrevería a decir que, a momentos, de desprecio. “Lo siento, pero no”. La de blanco lanzó un suspiro que podría haber congelado de vuelta el deshielo global y que sin embargo me hizo sangrar la nariz un poco más. La de negro le tocó brevemente el brazo y con voz conciliadora se dirigió a mí: “Estoy segura de que es usted un buen hombre. Mire la hora que es. Estamos cansadas, hemos trabajado toda la noche y necesitamos un lugar donde dormir, de oferta”.

“Yo también llevo toda la noche trabajando y ya ve en qué estado me encuentro. Le repito que no hay habitaciones de oferta, ojalá las hubiera, pero si se esperan a las nueve de la mañana que llega la gente de reservas…”

La de blanco se consignó con brío y plantó ambas manos sobre el mostrador. Eran grandes y huesudas y tuve mucho miedo de esas manos.

Fue cuando apareció el americano del mostacho, con un amante distinto del de la noche anterior esperando discreto junto al maltrecho magnolio.

“Ah, Mister Adams”, dije, “tengo un mensaje para usted”.


(Inspirada por Gabi)

4 comments:

  1. Anonymous8:15 PM

    stella, chulo el cuento, pero ¿acaba así?
    guay la visita de este mediodía, me ha molado mucho compartir cafes con leche y lluvia en tu casita!

    ReplyDelete
  2. hermosa, fue genial que vinieras a devolverme un poco el mundo y que nos involucraras en el juego cuyo resultado creo que colgaré en el blog cualquier día de estos.

    ReplyDelete
  3. Anonymous2:00 AM

    ei guapa!!!! genial la penúltima història (també he descobert la de corsaris de l'amor i els ben trobats pseudònims!)...

    jo crec que precisament la història és bona si just acaba on l'has deixat!!!

    ReplyDelete
  4. gràcies, lector anònim

    ReplyDelete