Saturday, June 16, 2007

Purpurina

Gina Lis andaba por estrechas calles de piedra con olor a alcohol viejo, despojada de todo el glamour. Calzaba sandalias rotas que conservaba de un viaje antiguo a México con sus amigos. Había pasado el tiempo ya en que echara de menos las antiguas amistades, la manera de antes de quererse.

Tras el último concierto, Stella Blue, la chica de Sam, le había comentado que parecía necesitar unas vacaciones, su piel mostraba fatiga, sus ojos no brillaban, comenzaba a desafinar en los bajos y a perder el control de los altos. Gina Lis odiaba que vinieran los novios y las novias a las giras, y ya puestos, a los ensayos, por mucho apoyo que supuestamente dieran. Eran un incordio, se metían donde nadie les pedía. Evidentemente la detestaban, unos y otras pensaban que podían hacerlo mejor que ella, si estuvieran en su lugar. Incluso los podía escuchar en las duchas de la mañana cantando sus canciones, como si quisieran impresionar, ni que fuera de la manera más íntima.

De todos modos, esta era la última gira. Después la banda se desmembraba para dedicarse a lo que se dedican los seres humanos: procrear y contaminar. Y ella, que estaba sin pareja y sin ganas de tenerla, se pegaría unas vacaciones largas y pensaría en qué hacer con el resto de su vida. Tal vez un viaje en el tiempo para convertirse en la última mercader de arte antes del consumismo, en Florencia.

Había salido del hotel con la intención de ver el mar. Era su manía: si tocaban en una ciudad con río, tenía que ver el río, si tocaban en una ciudad con mar, había que ver el mar. Aquí veía el río desde su habitación de hotel, pero el mar quedaba lejos. Había pensado en subirse a un tren hacia la costa, aunque Dublín tuviera playa, quería estar más allá. Dún Laoghaire, quizás, o Howth.

Camino del Dart vio que un muchacho rubio de andares reptiles y grandes extremidades se le acercaba. Por rutina, Gina se encastó el sombrero hasta la nariz y siguió su camino a través del tramado de paja. Pero el muchacho la abordó de todos modos. Odiaba tener que ser desagradable a aquellas horas de la mañana.

—Perdone —dijo el muchacho—, ya sé que debe estar harta de los fans, pero tengo una necesidad y creo que sólo usted puede ayudarme.

Todos se creían originales con sus argucias y todas eran siempre igual de aburridas. Gina continuó caminando sin prestarle atención. El muchacho la siguió a cierta distancia. Cuando vio que entraba en la estación de tren, volvió a aproximarse a ella, esta vez con cierto pánico.

—Mire, escuche, es que necesito purpurina y es domingo y todo está cerrado y sé que usted debe tener…

—No tengo conmigo, pero tengo en el hotel —Gina se sorprendió de haber respondido.

—¿Podríamos… Podríamos quedar a alguna hora, para lo de la purpurina?

—Imposible.

—¡Pero es que tengo una cita! Él… Él me ha dicho que sin purpurina, no hay… No hay… Sería mi primera vez…

Gina lo pensó unos segundos, luego dijo:

—Me voy al mar.

Pidió el billete Howth, porque Dún Laoghaire parecía más cerca. Pasó las puertas de seguridad sin mirar hacia atrás. ¿Por qué tenía que ayudar a un muchacho en su primera cita gay, en sus horas libres, cuando vestía tejanos, camiseta rota y sus sandalias de México, de aquellos tiempos en los que querer significaba ser capaz de dar la vida por tus amigos?

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