Al final de mis quince años una muchacha del barrio se me acercó con un favor muy peculiar. Al parecer mi familia tenía fama de ser más progresista que las demás, o quizás era yo, que escuchaba siempre a todo el mundo.
El caso es que la chica estaba en apuros. Si su padre se enteraba, la molía a palos a ella y a la madre. Si su madre se enteraba, la molía a palos a ella para que el padre no se enterara.
Se puede decir (y en las cosas sórdidas de la vida no hay medallas ni ángeles, sino contactos oportunos) que hice las llamadas que la lógica me dictaba y que a la chica se le echó un cable en secreto.
A los diecisiete años se me planteó una situación de origen idéntico aunque la resolución iba a ser muy distinta. La familia la obligaría a una boda con un tipo que ya ahora la estaba haciendo desgraciada (drogadicto, abusivo, maltratador y tal). Esta chica también me detuvo una tarde por la calle.
Supongo que es más fácil suponer que somos todos imbéciles y que las leyes son para que no jodamos a los demás con nuestra imbecilidad.
Soy mujer desde los ocho años, desde antes de las hormonas. Porque a los ocho años una mujer ya sabe que en este mundo sin apenas lógica, lo único que quedarán son las amigas y los amigos que no te juzgan por ser mujer.
La prohibición sólo complica el acceso, pero no detiene la necesidad.
Permitir el aborto legal, seguro y libre a los dieciséis me parece una de las medidas más higiénicas que haya tomado un gobierno en mucho tiempo. Es cierto que parece pronto para poder tomar una decisión así. Pero requiere mucha más responsabilidad tomar la decisión de ser madre.
¿O acaso os pensáis que es tan fácil tomar la decisión de tener o perder a un hijo?
Charlatanes, demagogos, rancios.
¿Quién quiere a los malvados del futuro que al ser engendrados crearon pánico?
Eso sí es algo que el tiempo no cambia fácilmente. A veces ni con años de buena terapia.
Sin embargo, una operación a tiempo…
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