Salvajes las golondrinas toman la ciudad.
De Collserola al mar, del Vallès al Penedès.
Son las ocho y han cubierto los espacios entre tormentas con sus oscuras sombras. Gritan como murciélagos. Enredadas en las cabriolas de su amor por la vida, corren y saltan, se esquivan, se buscan, danzan en clanes, se disuelven para las piruetas.
Extrañamente no hay ni una paloma, ni una gaviota, en el cielo. Cualquiera diría que las portadoras del verano son asesinas.
Cuando aquí estoy yo, en el vértice de su espiral, y para ellas es como sino existiera.
De Collserola al mar, del Vallès al Penedès.
Son las ocho y han cubierto los espacios entre tormentas con sus oscuras sombras. Gritan como murciélagos. Enredadas en las cabriolas de su amor por la vida, corren y saltan, se esquivan, se buscan, danzan en clanes, se disuelven para las piruetas.
Extrañamente no hay ni una paloma, ni una gaviota, en el cielo. Cualquiera diría que las portadoras del verano son asesinas.
Cuando aquí estoy yo, en el vértice de su espiral, y para ellas es como sino existiera.
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