Mi amigo Diego necesita viajar como quien necesita entrar a todas horas en su perfil social. Literalmente. Es su medidor del yo. Si no viaja, se olvida de quién es. Se mira al espejo y no se reconoce. Pierde los pensamientos. Sufre ansiedad. Y los suyo no son visitas turísticas a ciudades con servicios, no, lo suyo son remotos lugares donde llegar a pie y dormir entre las rocas.
Este año no puede aparcar el trabajo y no puede hacer su viaje anual. De la perspectiva, se mordió las uñas, las de los pies también y se fue arrancando las cejas. Le sugerí que saliera mucho de fiesta, para compensar, él que puede. No es lo mismo, me dijo. Además, salir da mucho palo. ¿Cómo te va a dar palo ir a un concierto y para nada cooperar durante un mes con hospitales en Camboya?
Y lo hizo, salir, y hace meses que no lo veo. Ahora mismo vuela rumbo al Lollapalloza en Berlín y me da una envidia tremenda, una envidia feliz. Me mandó una foto justo antes de embarcar. Tenía todas sus cejas.
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