Tuesday, March 20, 2007

Regressions històriques

L’altre matí donava la volta al mercat camí del tren quan de lluny vaig veure a un home amb un conill a la mà, un conill blanc, pelut, viu, que l’home balancejava en caminar, subjectant-lo per les orelles. De sobte, els homes de negocis foren mercaders de bon tarannà i en lloc de córrer a un rellotge de control d’horaris s’entretenien a parlar amb les petites tendes del carrer, que eren plenes de viandes, estris de la llar i artesanies útils, i no pas basars xinesos ni grans establiments de matalassos de luxe, bancs amb seductors androides als seus vitralls o oficines de telefonia mòbil. Els nens i nenes es perseguien camí de l’escola i no anaven agafats d’una corda per desaparèixer a la boca de l’estació de tren. Les dones caminaven tot remugant el cul sota frondoses faldilles amb la gràcia de qui camina descalç (o en espardenyes o en esclops), gràcia que les modes d’avui en dia han eliminat dels nostres carrers.

La regressió tocà el dos quan l’home del conill es creuà amb mi i vaig veure que no era un conill sinó una bossa de plàstic blanca, amb les nanses estarrufades.

Aquest matí un senyor gros, de pell vermella, caminava amb pas ample i braços de forta embranzida, pel bell mig del carrer. Amb riure rovellat i profund cridava: “ah, el vent, el fred, com aneu tots de tapats, carallots!”. Ell anava espitregat i per un moment m’he cregut al moll, al segle XVII, envoltada de pirates i a punt de prendre una bona de pinta de cervesa, abans de començar el dia.

Després he arribat al trànsit i al tràfec i grisament m’he perdut a la boca de l’estació de tren, lligada a una corda invisible.


Saturday, March 17, 2007

one year



Este fin de semana Stella Blue cumple un año. St. Patrick otra vez. Y el día brilla.

Friday, March 16, 2007

Edmundo Marino


Pues eso, invitados estáis a pasar a ver a la banda revelación del año. Más no digo, que no soy crítica musical.


Wednesday, March 14, 2007

Piedra número quince: “Presencia”

Dije a alguien: “mira qué vista” y tú te hiciste el ofendido, al encontrarte con un dedo que te señalaba. “Así que ahora soy vista”. “Claro que no, bobo”, dije.

Era mediodía y la carne se asaba sobre un viejo somier y ante nosotros ese gran Collserola que tal vez será cierto que preservarán de la urbanización. Era mediodía y el vino entraba terriblemente bien y era peligrosamente rico y los calçots ya se movían en las tripas buscando nuevos caminos, nuevos diseños.

En nuestra felicidad campestre, ¡qué sabíamos aún de la placentera tarde, de la noche de llamas locas que traería música y cuerpos de almas desnudas, de conversaciones inspiradas, de la esplendorosa fiesta entre buenos desconocidos, buena gente!

“No lo digas, no lo digas por decir”, dijiste, “que aún me vas a decepcionar”.

Y si la palabra no había saltado rauda fue porque tenía que buscarla. Como sólo al final de la noche, sola en mi cama, me sentí despojada, abandonada. Y es que la presencia es algo muy grande. Y aquel día brillabas. Como los demás, elfos del mañana, genios del vivir.

Thursday, March 08, 2007

Ponts

Una Conversa amb en Merlí a la Cova del Temps Amansit. Veig que la gran diferència entre tristor i apatia és el pont que existeix en la tristor i en l’apatia no. Hom sap que pot travessar el pont quan tornin les forces, quan deixi de ploure o acabi la nit. Però si hom veu el pont i no li suposa cap diferència de fons estar en aquesta riba que a l’altra, quin sentit tindria creuar-lo? Per què? Quan tota filosofia, emoció, capacitat i il·lusió s’hagi convertit en un joc de la ment, ¿deixem de ser humans i ens convertim, potser, en màquines?

Tota vida és difícil. Hi ha vides tràgiques, tragicòmiques, terribles, divertides, encaminades, confuses, directes, apagades, ostentoses, mortes de gana, emocionants, avorrides, plenes d’amor, mortes d’amor, absentes de vida, exuberants de mort.

Algunes persones tenen el motor de l’ambició; ambició de fer les coses que els fan feliços, que proporcionen plaer, ambició d’estimar millor, de sentir-se estimat, ambició de canviar petites o grans coses que podrien fer el món més sostenible, ambició de conquerir un coneixement, un atribut, una destresa, ambició de construir una llar, de fer un viatge, de tenir diners, d’una feina més agradable i més ben pagada, de tenir fills. Però i si aquesta ambició no existís? I si no existís des del principi, des de la primera percepció? I si tota la vida no fos més que un conjunt d’actes mecànics, repetitius? Com es viu la vida quan es perd la innocència?

"Somnien els androides amb ovelles elèctriques?"

Sunday, March 04, 2007

Piedra número catorce: “Fetichismo”


La abuela ya no podía valerse sola y las hijas decidieron que debía abandonar su hogar para ir a vivir con Miriam, que era de las tres la que tenía espacio, tiempo y una buena habitación de invitados.

—Tus cosas tienen que caber en veinte cajas, máximo —le dijo Miriam.

Y la abuela se echó a llorar ante la estupefacción de su hija, quien había calculado generosa y cuidadosamente que veinte cajas equivalían, por lo menos, a cuatro vidas.

Sólo los álbumes de fotos ocupaban ya siete cajas.

—Está bien —dijo Miriam —, veinte cajas sin contar las fotos, que caben bien en nuestra librería.

La abuela hizo una gran criba de ropa. Por supuesto había prendas que no había vestido en cuarenta años, pero no las había guardado durante tanto tiempo para en el último momento deshacerse de ellas. Quiso repartir sus vajillas, sus copas, sus manteles almidonados, sus cuadros, lámparas preciosas, utensilios de cocina históricos y también modernos. Los nietos ayudaron con los objetos prácticos. Lavadora, secadora y microondas, desaparecieron en un fin de semana. Pero nadie quería, por ejemplo, las alfombras. Las hijas pretendían que las vendiera. Eran caras, sacaría dinero que le sería útil para otros caprichos. Pero toda su vida había sucedido sobre esas alfombras. Miriam había nacido en la de la habitación. Su hombre había muerto en la del comedor. Nadie quería tampoco las ropas de él y algunos de los trajes eran de buenísima calidad y estaban en perfecto estado. Separarse de los enseres de su esposo le era más penoso que deshacerse de los suyos propios.

También estaba la colección de música clásica.

—Vale —dijo Miriam—, puedes llevarte los discos y el tocadiscos, aunque ya sabes que Luis lo tiene todo en el ordenador y que no ocupa nada de espacio.

El día del traslado, la abuela se dio cuenta de que quisiera llevarse el reloj de cucú, las macetas con sus plantas, la jaula del periquito (aunque hiciera años que no había tenido ninguno, le gustaba poner flores dentro, en homenaje a todos sus muertos), la cómoda de su abuela, el espejo de vestir de su madre, la mecedora de su padre, la cuna de su primera muñeca, la caja de herramientas…

En el último momento entró en el estudio, abrió el armario empotrado y volvió a echar un vistazo a todo lo que renunciaba: veinte cajas de postales y cartas, tres costureros que serían la envidia de cualquier modista profesional, veintisiete pares de zapatos y los cuadernos con todos sus dibujos.

Se apoyó bien en el bastón y con una agilidad que los suyos ya le desconocían alcanzó uno de los cuadernos con la mano libre y lo apretó contra su pecho. Miriam entró en la habitación.

—Mamá, no te lo puedes llevar todo.

—Es que es tan difícil decir adiós a las cosas.

—Se nota que no te has mudado nunca. Yo podría irme de casa con tres bolsas, dos cajas de libros y el ordenador.

La abuela la miró implorando compasión.

—Sabes que podemos venir siempre que quieras, mamá, no vamos a vender la casa ni hacer desaparecer tus cosas.

La abuela suspiró resignada y decidió recuperar su dignidad.

—Solo os pido un momento a solas con la casa, antes de irme.

Cuando todos hubieron salido, la abuela fue a su habitación, abrió el armario, hundió la nariz entre los trajes del marido, se miró en el espejo de su madre y se cercioró de que todo estuviera bien doblado en los cajones de la cómoda de la abuela. Al pasar por el comedor, comprobó que el cucú estuviera a la hora y le dio cuerda.

—La verdad es que quedarías monísimo en mi nueva habitación —le dijo al reloj.

No sin trabajo y peligro para su estructura ósea, lo descolgó y lo metió en la cesta de la compra. Luego entró en el baño, recogió el juego de afeitar de su esposo, fue a la cocina, escogió su paño favorito y el cepillo de los zapatos de toda la vida, que era el que los dejaba más brillantes y bonitos. Así equipada y satisfecha de su capacidad de síntesis, atravesó el pasillo que la llevaba al mundo de los demás.

Thursday, March 01, 2007

De escapes de agua y dedos del centro

Regreso a casa por las calles de la catedral en la quietud de la medianoche. Diviso un BcNeta a lo lejos, manguera en mano. Cuando estoy ya bastante cerca le miro como diciendo “tío, sino bajas la manguera, me vas a mojar” y el tipo baja la manguera. Yo sigo mi paseo imperturbable, mirando a la luna, tan bonita ella allá en el firmamento, cuando escucho el choque de agua a presión contra el pavimento justo tras mis pies. ¿Será posible que me persiga la manguera? Me giro para mirar al tipo que suelta una mueca y que mueve la cabeza en ese gesto inconfundible de “espabila nena o te mojo”, tras lo cual y de manera inmediata me sorprendo mostrándole el dedo del centro. Un poco más allá, otro BcNeta repara su manguera rota con una bolsa de basura (hay que ser cutre), y el agua, consecuentemente, sigue escapándose sin propósito y sin remedio. Mientras miro esta escena veo que la fachada de la catedral es una tela pintada y que está cubierta de publicidad. “¡Ay Dios!” (pienso, y no es en este caso una exclamación popular), “¡hasta dónde vamos a llegar!”. Esta mañana al salir de casa, un trabajador de los que están reestructurando mi calle pegaba ostias a una tubería con un martillo. Como no soy lampista no sé en realidad si ese es el método correcto de corregir una mala juntura y evitar escapes. Y como si todo formara parte del mismo plan, mientras en el tren me dispongo a entrar en el capítulo final de Frankenstein, en el periódico de al lado leo que en tres años el agua subirá un 40% de precio. Y me he visto en plan Dune, con un traje reciclatorio de mis propios líquidos.