La luna gritaba al mar desde su atalaya. La escuchabas cuando el aroma de la ciudad aún no se había convertido en sal. Su cálido rostro mostraba el final de las brasas, mucho antes de convertirse en cenizas. En el agua se movían serpientes doradas y en el oscuro horizonte navegaban mástiles intermitentes. El cielo ardía con el azul más puro. Nubarrones de aspecto amable y bello se saludaban al cruzarse: “hola, muy buenas, soy la fuerza que empuja el mundo, ¿y tú?”. Una cigüeña fue vista el mismo día en que un flamingo paseaba tranquilamente por la carretera, policialmente acordonado. Y para conseguir llegar desde Holanda en menos de treinta horas es necesario, además de seguir debidamente el protocolo del autostopista europeo, un sombrero mágico y mucha suerte.
La luna emergió de las nubes encogida y pálida. Su estela sobre el mar no era más que un lindo suspiro. Y las veces en que el mundo parece en su sitio son tan pocas…
qué razón tienes, stella, el mundo parece que esté en su sitio tan pocas veces... aquí ando intentando escribir y es bastante difícil porque me he metido en una historia complicada.
ReplyDeletebesitos!
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