Thursday, September 06, 2007

Criptonita

La rabia era esto, pensó Lili camino de otras calles: este fin continuo, este interminable fin. Brazos rotos, cuerpos en llamas, el mundo en el eco del grito. Las motos, bebés que nunca aprendieron a hablar, ni a pedir. Berrinches. El tufo que dejan atrás, mortífero. Casi dos minutos aguantó Lili sin respirar, y cuando lo hizo aún era demasiado pronto. La realidad más dura no es el fin del verano, sino el fin de la paz. Gentes en guerra. Nuevas guerras. La misma guerra. Y los que no quieren meterse en líos, culpan al sistema. Como si el sistema fuera algo abstracto extraído de una novela de Kafka. Unos turistas zarandeaban un árbol joven y Lili muy educadamente pidió a un mosso de esquadra de la plaza que fuera a echar un vistazo. El mosso, con amabilidad, la escuchó y partió raudo hacia su nueva misión. Abandonadas en el suelo, tres lindas jóvenes que buscaban (o hacían ver que buscan) aún, su carné de identidad. ¿Crimen? Esa lata de cerveza entre los pies, ¿no viste? Las viejitas del barrio lo tenían claro, era la última noche de fiesta mayor y pidieron sus tangos antes de que se les pasara el efecto del champán, “pá un día que pillamos el puntillo...” Parecía que hiciera siglos de aquella noche. Lili siguió su paseo, que no era un paseo, porque el paseo ya no existe cuando se ha perdido el hilo. Antes del verano asistió a un curso de motivación profesional y fue la mejor aliada del instructor, pues su genuina alegría la vivía en el trabajo también, como un continuo. No había diferencia. Claro que siempre se juega un rol distinto en cada situación, pero Lili era básicamente feliz, siempre. ¿Y qué había cambiado? Criptonita. O algo por el estilo. Alguien se había acercado a ella con un material (estaba convencida que no podía ser otra cosa) que la había debilitado. No tenía fuerzas para nada, todo la agotaba, enfermaba, día sí, dos después otra vez. No estaba triste. Simplemente, había perdido la alegría. ¿Y en qué situación la dejaba eso? ¿Era lo que la gente llamaba apatía? ¿Sería una depresión: habría algún motivo oscuro que desconocía que imposibilitaba su desarrollo feliz en el mundo? Al llegar a una arteria principal usó el paso de peatones, a pesar de que la calle estaba desierta. Caminaba muy despacio, el cruce era amplio. Un vehículo se impacientó ante su lentitud y emitió sonidos intimidatorios. Lili supo que si no hubiera ley ni castigo, si tuviera la fuerza o el arma, eliminaría a tal ser humano del mundo, pues aquello no podía ser un ser humano. Y subiendo las escaleras de casa estaba más cansada que nunca, y pensó si quizás el material maligno no eran todos los seres humanos que no eran seres humanos, sino ancianos con apariencia juvenil y erecciones eternas gracias a la tecnología, a la ciencia, ancianos que nunca crecieron, que nunca maduraron, que siempre se quedaron en ese momento en el que uno debe decidir qué tipo de persona quiere ser, cómo quiere contribuir al mundo con su vida o cómo va a sacar el máximo provecho de su vida, sin molestar; pero que, incapaces de ser, decidieron vivir fastidiando a los demás hasta el final. Ah, Lili tuvo miedo por un instante que el mundo entero hubiera decidido dejar de pensar, que las máquinas, la velocidad, el consumo, el arte prefabricado, el ocio y la repulsiva estética que intentaba desesperadamente (y a gran coste) sustituir a la belleza, se hubieran apoderado del intelecto humano y que realmente ESTO no fuera una fase, sino el fin continuo, un interminable fin. Fealdad infinita en todo. Sí, debía ser la fealdad quien había secuestrado su alegría. Y con toda esta rabia contenida, lo único que podía hacer era meterse en la cama y esperar.

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