“He abierto tu regalo, amor. Tal como están las cosas, de poco me servirán un cepillo de pelo y un cuenco de jabón, aunque agradezco el detalle. Más bien necesito queroseno contra los piojos y cereales para regular mi estómago. No llevo bien la distancia, aunque durante el día se me olvida que tengo también aquella otra vida. No sé qué pretendía demostrar viniendo hasta aquí. Bueno, miento, quería demostrar que soy valiente, pero no creo que observar de más cerca el sufrimiento y la maldad me hagan más valiente. Creo que ser valiente depende del grado de integridad que somos capaces de exhibir. Y aquí la vida vale demasiado poco como para expresar mi indignación o mi apoyo. Me limito a estar aquí sentada, protegida por unos soldados, y escuchar todo el día lo que las gentes desposeídas tienen que decir. No soy más que una funcionaria. No sé si estos formularios servirán de algo. A veces tengo la impresión de que sólo me han puesto aquí para quedar bien políticamente, allá, en nuestro país, pero que en verdad nadie tiene voluntad alguna (acaso ni poder) para cambiar una pieza que movería la situación hacia otro rumbo. Para quedar bien, los gobiernos tendrían que escuchar a la gente y al planeta y encerrar en prisiones a los tarados que quieren convertirnos a todos en esclavos. Qué utopías, tan imposibles, y aún, tan vivas.
Ayer lloró sin lágrimas frente a mí una muchacha de catorce años, múltiplemente violada, mientras degollaban a sus familiares. Escapó la muerte porque llegaron otros soldados que, a cambio de dejarla con vida, la violaron también. Está embarazada, no sabe de quién. Está asustada.
Esta muchacha escribió una sola cosa en el papel. El traductor escribió a continuación: ‘Paz, por favor’.”
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