Skip the crap, enjoy life!
Happy New Year!
Skip the crap, enjoy life!
Happy New Year!
En el día señalado las llamadas de los que no podrían venir me despertaron de mi lado tenebroso y sus voces me recordaron que la luz está. Dentro, alrededor, yendo, viniendo. Los que sí vinieron me fueron ornando con vestidos y abalorios y me sentí como un árbol, conectada a la vida, al universo. La calidez de la reunión y la intimidad de las conversaciones, de las bromas, me tonificaron más que todas las happy pills del mundo. Cómo me olvido a veces de la suerte que tengo de conoceros, de que existáis, de poder veros.
Por cierto, para los amantes del fútbol, linko a De Penalti, el blog que se escucha. El amigo que lo lleva es un crack, y anoche le conocí un poco más.
Veamos… Se acerca el magrebí moribundo que no es más que un cadáver esquelético (sino fuera porque aún respira) a las costas de nuestro país, se aleja Sarkosi con Carla Bruni de la mano, se acerca el Barça-Madrid sin Messi, se aleja la cumbre sucesora de Kyoto y de cuyo nombre ya ni me acuerdo, se acerca más desarrollo nuclear, se aleja Venecia rápidamente, hacia el fondo del mar, se acerca el AVE, se aleja
Bueno, pues sí que funciona, entre pensamiento y pensamiento me han entrado ganas de ir al baño. Supongo que no hay nada más presente ¿no?
En fin. El motivo real por el que la odio es porque está buena que te cagas, es rubia natural y siempre está feliz. Tiene una de esas sonrisas suecas, serenas y un acento de lo más sexy. Circula por la escalera en camisón arrapado y semitransparente (incluso en el viento de hoy) y más que adivinarle, le veo todo. Además se presenta con un cesto precioso mientras yo arrastro una cutre bolsa de basura gris. Sin mencionar que voy bien abrigada con un chándal hortera y los pelos sin peinar.
Con la inseguridad y fragilidad en que vivo como puedo estas extrañas tardes de viento salvaje, de luz inacabable, de cielo ensordecido de aplausos triunfales, sólo me faltaba la vecina rubia. Luego un avión cruzó lentamente la atmósfera pura. El sol inmortalizó su estela dorada, el tiempo hipnotizó una estrella de Navidad mecánica.
Una vez le dije a mi querida amiga: “tu problema es que das tanto, vives tanto por los demás, que cuando los demás no hacen lo mismo por ti, te hundes. Comienzas por culpar al otro (y las fases son: incitación, insinuación, petición, persuasión, exigencia, rabia), y cuando ves que el otro no cambia ni sus decisiones ni su actitud, entonces vuelves la rabia hacia ti. Porque si valieras la pena, el otro haría por ti lo que pides, lo que necesitas, lo lógico ¿no? Ergo, eres una mierda. Sin embargo, te equivocas, mi querida niña. Debes darte tú lo que necesitas, lo que te mereces. Y amar libre y generosamente, sin esperar nada a cambio. Deja que los demás se ocupen de sus cosas y ocúpate tú de las tuyas. Cambia el orden de tus prioridades. Haz como los demás hacen”.
Ahora podría aplicarme las mismas palabras. Porque cada vez que una tercera persona mueve una ficha tú te posicionas y eso me obliga a mí a posicionarme y todo es un continuo zarandeo y me mareo, con lo cual me vuelvo inflexible. Y lo lamento.
Necesito sentir que somos el centro de nuestro propio planeta y que todo lo demás orbita a nuestro alrededor.
Ese centro es el fuego del que bebo. Cuando veo que soy yo la que giro en órbitas, y cada vez más lejanas, siento vértigo. Quizás matemáticamente es poco o nada probable, una desmagnetización en espiral. Pero en la vida real, las dinámicas cambian, los magnetismos fluctúan, el sentimiento se transforma, el cambio de prioridades, el barco que modifica su rumbo, que lentamente zarpa… El mar está tranquilo y en silencio y solitario. Menos mal que la naúsea tenía un nombre. Y un remedio.