Friday, May 02, 2008

Del amor al odio

En mi paseo matutino de Primero de Mayo busqué el verde de las hojas en el azul intenso del cielo y ese aire primaveral exento de tráfico. Sin embargo, regresé a casa corriendo y apartando con los latidos de mi corazón las auras malignas que habitan en nuestras calles.

Hay que asumirlo: algunas personas no deberían estar juntas, sino por ellas mismas, por respeto a la sociedad. No sé porqué debo presenciar las discusiones de semáforo de una pareja que ha salido de casa porque es fiesta y toca paseo y que, mientras su prole berrea de aburrimiento y mal rollo, ellos siguen erre que erre con la tediosa discusión que va como sigue:

—Te lo estoy diciendo desde primera hora: no sé adónde quiero ir.

—Pues sino quieres ir a Sitges…

—Estará imposible de coches.

—Pues Vilassar también.

Lo molestoso no era el tema (que también, porque será que no hay cosas que hacer en esta ciudad), sino sus caras de odio, de odio retenido educadamente pero que no obstante atravesaba la atmósfera tan venenoso como escupitajos de cicuta.

Seguro que los niños llorones tenían una idea de adónde querían ir.

Un poco más arriba, otra pareja discutía porque la una quería bajar paseando y el otro en metro, mientras, parados en la esquina que separaba sus ambiciosas opciones, su hija hablaba con el amigo invisible de turno, ajena a la estupidez de sus padres.

Los amores que no pueden ser no deben ser, sobre todo cuando se ve a la legua que la pasión dio paso al fastidio muchos años atrás.

Divórciense señoras y señores, y déjenme escuchar las golondrinas.


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