Son las cuatro y media
cuando suena el despertador y no hemos dormido ni tres horas. Nos
abrazamos en el frío, pero nuestros cuerpos ya no calientan lo
mismo. Acaban de pasar la compuerta de la descompresión y nuestras
mentes han trabajado duro en la vigilia para prepararnos a la
separación. No podemos caer dormidos de nuevo, el tiempo está
contado.
Me levanto y mientras
entras en la ducha voy a la cocina a preparar el desayuno. Un café,
una tostada. Demasiado temprano para un zumo. Remuevo mi café
mientras te observo recolectar las últimas cosas, comprobar que no
te dejas nada: el carné de vacunación, el pasaporte, la tarjeta de
embarque. Por fin te sientas a tomar el café conmigo. Son las cinco.
Aún falta mucho para que alumbre un poco el sol y cante el primer
pájaro. Por la ventana, la luz naranja de las ciudades del área
metropolitana, que da esa angustiosa sensación de abandono en un polígono industrial.
Nos decimos las pequeñas
palabras tranquilizadoras, que nos queremos, que nos echaremos de
menos, que me llamarás en cuanto llegues, que son sólo tres
semanas, que con suerte, si el planning va de cara, podrás volver
antes de tiempo, que lo pase bien en la fiesta de Dorothée y
Alfredo, que salude a todo el mundo de tu parte, etc.
Aún estás aquí, tan
dormido, tan guapo, tan agobiado por tener que ir, pero es parte de
tu trabajo, las misiones, ya se sabe. Intentamos llevarlo lo mejor
que sabemos. Y sabemos que la distancia no romperá la comunicación,
que pensaremos en el otro todo el tiempo y nos sentiremos, como nos
sentimos en el día a día que pasamos también separados, de la
mañana a la noche.
Suena el teléfono. Tu taxi ya está en la puerta. Es mejor así, no llevarte al
aeropuerto. ¿Para qué? ¿Alargar la despedida?
Te ayudo con tus cosas,
bajamos a la calle, me besas con tanto amor y esa sonrisa, esa
sonrisa que tanto me alimenta. Entras en el taxi y te alejas, la
silueta de tu rostro y tu mano en la ventanilla trasera diciéndome
adiós, y yo en medio de la calle desierta, con los dos brazos, ya
llorando.
Imposible evitarlo. No
importa cuantas veces haya pasado y cuantas veces más vaya a
suceder. No es algo a lo que pueda acostumbrarme. ¿Cómo se
acostumbra una a pasar el tiempo lejos? ¿Queriéndote menos? Mi vida sin duda, sigue. El
trabajo, los amigos, las clases, la fiesta, el piso, el cumpleaños
de mi prima. Ni siquiera es cuestión de montar otras rutinas. Es
sólo que tú no vas a estar.