Tuesday, July 04, 2006

last sunday

Paula y yo fuimos a la playa sin Eire, que estaba hasta arriba de trabajo y no pudo salir. Desventajas de ser autónoma. Nada más llegar, un gitano malagueño (lo sabemos porque no hacía más que repetir “yo, español, gitano, de Málaga”) y cojo, la tenía liada en la playa, gallito, feo y soez. Con la muleta amenazaba a una gorda rusa que le había afrentado de algún modo que nos perdimos porque eso sucedió antes de nuestra llegada. Varios se le enfrentaron, algunos para calmarlo, otros buscando camorra. Cuando su mujer se metió por medio y vimos que amenazaba con pegarle también a ella, fuimos a avisar a los mossos, que al entrar en acción fueron aplaudidos por la playa en pleno (primera vez que soy testigo de una ovación a la policía). Diligentemente se llevaron a los perturbadores del orden. “Está en la cárcel”, acusó su mujer, que para borde, violenta y soez, también ella. “Es mentira, agente”, se defendió él, “no tengo que volver hasta el 3 de agosto”.

Paula dijo haber perdido toda esperanza en la humanidad porque el mundo está gobernado por la forma de ser y hacer de los hombres. Repliqué que el mundo en manos de ciertas mujeres tampoco es demasiado esperanzador. Conversamos sobre las violaciones que sistemáticamente se producen en todas las guerras, como si fuera el comportamiento que de un soldado se espera. También sobre el hombre aquel que había matado a puñaladas a su compañera sentimental y de quién se descubrió más tarde que había asesinado ya a su mujer catorce años atrás, crimen por el que fue siete años a prisión. Para que haya reincidentes alguien tiene antes que haberlos puesto en libertad, esa regla nunca falla.

Los malagueños regresaron un rato después a la playa provocando el abucheo general. El gitano pidió aplausos y en poco volvió a liarse la bronca. A saber cuál era la reyerta que tenía liada con cualquiera de los payos. El caso es que regresaron los mossos y Paula y yo decidimos que ya habíamos tenido bastantes gritos y violencia, para ser un domingo a la hora de la siesta, así que nos fuimos al paseo Borbón a comernos un helado.

Nos despedimos al final de la Rambla del Raval. Intenté unas palabras de ánimo con ella, aunque no me atrevía mucho, porque cuando uno está mal, la verdad es que las palabras de ánimo caen en bolsillo roto, es más, se suelen rechazar. Pero le dije unas cuantas verdades optimistas sobre su futuro laboral que, siendo objetiva, no se pueden negar. No sé si le sirvieron de algo.

Volví a casa y me pegué una ducha. Me esperaba noche romántica con Jack. Quería contestar unos e-mailes (que todavía hoy no he contestado), pero mi hermano estaba a punto de salir hacia la manifestación por la vivienda digna, de modo que me apunté un rato a la fiesta. La peña llevaba un equipo de música potente sobre una furgoneta y la selección musical era alegre y oportuna. Nos encontramos con Aroia, que hacia fotos y estaba hermosa, como siempre. Por las calles bailábamos y gritábamos “qué pasa, qué pasa, que no tenemos casa”. Algunos de los eslóganes y conclusiones me parecieron un poco anarcas y radicales, para mi gusto, que soy pacifista y moderada, pero en fin… Abandoné la celebración en plaça Sant Jaume donde estábamos sentados escuchando una especie de manifiesto. No creo que fuéramos más de cuatrocientos.

Cené con Jack y sus compañeros de piso. Miranda nos deleitó con sus historias de la infancia y de cómo su madrastra la hacía fregar así, así, y por eso ella nunca podía salir. Pero esa historia ya la contaré otro día, que da para mucho.

Jack y yo nos fuimos a su habitación y nos reímos como hacía tiempo que no nos reíamos, como nos reíamos al principio, cuando nos enamoramos y no sabíamos que nuestro amor iba a precipitarse un día hacia un abismo tan profundo. Mientras haya risa, querida Paula, hay esperanza, gobiernen el mundo los hombres o las mujeres. Pero me olvidé de ese pensamiento, en la playa.

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