Prólogo: esta piedra pensaba caer en el tópico “amistad”. Sin embargo, ha resbalado por azar hacia el “descanso”. Motivos:
a) Así lo sugirió Lorca tras una noche de merecido descanso que lo dejó casi como nuevo (casi, porque en aquellas semanas trabajaba tantas horas como hay).
b) A propósito del estrés, llegó a mis manos un delicioso relato de mi primer amor a quien espero ver esta semana después de veinte años.
p.d. Paula dijo que yo me desnudo más que ella en el blog, ahora me desnudaré un poco más.
Y sin más demora…
Sonó el despertador cuando iba en un coche buscando pistas en el asfalto para encontrar a un delincuente. En el coche, le preguntaba a mi compañero, “ahora que tengo un caso —al parecer era mi primera vez—, ¿significa eso que sólo debo ocuparme del caso y que puedo dejar todo lo demás de lado?”. “Sólo puedes ocuparte de esto, 24/7”, respondía él, “y debes dejar todo lo otro de lado”. Por algún motivo aquello, en el sueño, me producía alivio, y al sonar el despertador me agobió que de repente volviera a preocuparme por todas las otras cosas.
En el tren, camino del trabajo, tenía sueño. Me sentía como si no hubiera dormido, que es como me siento la mayoría de las mañanas. Y eso que sólo debo ocuparme de lo mío, porque no tengo hijos. Para un día estándar, conté: paso diez horas fuera de casa, entre transporte, trabajo, la hora de la comida, etc. Eso me deja catorce. Descontamos la hora tras el despertador, para café, aseo, etc. Me quedan trece. Supongamos que hago la compra, cocino, ordeno, limpio un poco, ceno, en un tiempo récord de dos horas total. Eso me deja once horas. De las cuales, en teoría, duermo ocho. Me quedan tres. Pero como en verdad duermo seis, me quedan cinco.
Cinco horas parecen mucho, ciertamente más que tres, y considerando que no tengo televisión, pues ese tiempo que ahorro. Pero como en esas cinco horas ya no me queda mucha energía, a veces lo más apetecible es, en lugar de cenar sola, cenar con alguien y luego tal vez ir al bolo del hermano o del amigo, la obra de teatro de Paula, la puesta en escena de un conocido. ¡Zas! Ahí van las cinco horas, más un par más que robo de las seis del sueño (que por cierto, invierto bien a gusto porque es el único día de la semana en el que por fin respiro tranquila). Aún debo conseguir con otros días todas las cosas necesarias para mi supervivencia: visitar a la familia, quedar con amigas y amigos (en grupo y por separado), amar, ir al gimnasio, que es tan sano, leer alguno de los libros que sigo prorrogando, escribir, pintar, tocar el bajo, ponerme al día en la correspondencia con los seres queridos que están lejos, estudiar (una nunca termina), leer los blogs de los colegas, investigar el origen de ciertas informaciones, salir quizás a pasear sin rumbo, sin prisas, sin cometido, por una vez, escapar un fin de semana a la montaña (donde quiero volver, para que el tiempo vuelva a ser tiempo y no pierda tiempo en explicar porqué siempre estoy cansada sin haber podido hacer todo lo que quiero hacer —¿podemos culpar a la contaminación?—).
Al final se pasan las semanas volando y no he hecho mucho de lo que me había planteado. Pero es que cuando me ponía horarios para las cosas, aunque consiguiera más, vivía menos tranquila. Y el tiempo y el cuerpo ya me han demostrado que la tranquilidad es necesaria (o regresan los pinchazos al respirar, la caída de cabello, enfermedades encadenadas, anemia…).
En una discusión reciente con El Pescador, me hizo considerar el hecho irrefutable de que nuestra generación dedicamos mucho tiempo al ocio/hobbies/amigos y poco a la organización de los asuntos comunes que podrían hacer que esta sociedad evolucionara un poco más rápido y hacia delante. Hemos tenido estudios, pero nos hemos acomodado en nuestra situación de adolescentes de treinta y tantos, sin familias, sin compromisos, sin planes de futuro. Le recordé que tal vez tuvimos la suerte de poder estudiar pero que precisamente nuestra generación fue heredera de la crisis económica y que por tanto, tuvimos que trabajar mientras estudiábamos, con lo cual pasamos la juventud sin dormir, cuya consecuencia es este gran trauma por “nuestro” tiempo (sí, sí, ya sabemos que en la posguerra la situación era terrible de verdad).
Otra gente medita, reza, ve la tele, se hipoteca, compra… Pero parece que nosotros, por ser “artísticos”, tengamos más responsabilidad en el devenir de la humanidad.
Ayer le dije a Merlí: “a veces echo de menos los tiempos en que creía que podíamos cambiar el mundo”.
Por cierto, nos vemos en la mani del 23 por un techo ¿no?