Monday, December 18, 2006

Fin de semana en la ciudad


Comienza con una llamada inesperada cuando recién subo cinco pisos a pie cargando una estufa catalítica que me acompaña incómodamente desde el barrio de al lado. Es Osadía quien llama. Tiene una cena de trabajo a la que le da un poco de palo ir porque está reventado. Dispone de una hora y media por matar. “¿No tendrás un rato?” pregunta. “Afirmativo”. Nos tomamos unas cervezas en “El Jardín” del Conservatorio Municipal de las Artes Suntuarias y nos ponemos al día de nuestros secretos, después de nuestras vidas. Decido acompañarlo a la cena y conocer a sus compañeros de trabajo con la idea de tomar una cerveza y volver pronto a casa, que también estoy cansada y aún me tiemblan los brazos del peso de la catalítica. Al llegar al restaurante me animan (aunque soy fácil de convencer) y me quedo a cenar. Después de cenar copeo y para mi sorpresa, ya de madrugada, me encuentro bailando en el Arena, que ya no es un lugar de sarao sino de diseño y un poco neonazi (que nadie se me enfade), a parte de que vale 12€ entrar (un chaval bien amable de la empresa de Osadía me paga la entrada, que sólo tengo 4 céntimos). Bueno, pues ya decido despedirme y retornar solitariamente por las calles y al llegar a la plaza del Kasparo trepo a la casita de madera de los niños para descansar un rato porque me cuesta bastante caminar en línea recta.

Al día siguiente comida en casa de mis padres. Nos ponemos de acuerdo para Navidad. Tomo la decisión definitiva de quedarme (había considerado marchar) porque todos necesitamos estar juntos otra vez, que ya hace tiempo que no nos vemos con el resto de la familia. Merlí viene tarde y con la guitarra. Mi madre quiere saber de su vida sentimental (ya me había tanteado a mí antes), pero como siempre Merlí se mantiene misterioso y hermético.

Por la tarde, chocolate caliente en la granja de Xuclà con mis niñas. ¡Qué guapas que son todas y qué suerte tengo de ser parte de sus vidas! No es un gran día para reírnos. Quizás sea la Navidad, que nos toca a todas particularmente extraña este año. Quizás la falta de sueño acumulado de tantos días de actividad laboral y extra-laboral. Aún así, nos amenizamos con bastante arte, sobre todo Eire, que sigue divertida a pesar de lo que continuamente se le viene encima. Decidimos un cine y votamos por “El Perfume”, con reticencias. A las que nos hemos leído el libro, la película nos deja con la sensación de no haber olido nada.

Tras el cine y un momento de charla nos dispersamos, con la intención de vernos el viernes que viene, para mi cumpleaños. Regreso por las calles superiores al Macba un poco desangelada, porque de repente esta vida se me antoja banal. En la pista juegan a fútbol y a baloncesto en la oscuridad. Los urbanos hacen soplar a un tipo que va muy bien vestido. El bullicio de grupos que deciden donde ir a tomar la próxima. Y pienso en la miseria del mundo, de los otros mundos y me torturo mirando, sin saberlo, a la biblioteca desierta de la nueva facultad. Mi felicidad y estabilidad me hacen sentir culpable. Siento pena, fracaso, remordimientos. Algo debería estar haciendo. En lugar, gasto mi tiempo libre en vicios, indulgencia, placer.

Encuentro a Bella en casa que está a punto de ir a dormir. Recibo un beso y un abrazo de buenas noches. Una de las ventajas de vivir acompañado.

Domingo de limpieza: gimnasio, verdura, carne a la plancha. Las gaviotas se han cagado en las sábanas que ayer colgué. Otra lavadora para lo mismo, ¡viva la ecología! Escribo, escribo, escribo. Cuando ya es la hora, hago mis llamadas pendientes al otro continente. La noche hunde sus muelas en mi añoranza de Lorca, tomo a la piva y, acompañada de su vibración, canto. Luego adorno el árbol de Navidad. Y ya a punto de cenar suena el teléfono y me trae por sorpresa la voz más deseada.

2 comments:

  1. Anonymous9:55 AM

    Cuántas ocupaciones. Contigo no se cumple aquello de que "los domingos sirven para esperar la llegada del lunes".

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  2. no, si yo lo contaba por chulear...

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