Monday, February 25, 2008

La puerta maldita

De la misión que nos llevó a M y a mí a Rabat no diré nada.

Sin embargo, puedo hablar de las sonrisas; de los hombres que se besan al salir de la mezquita, de las carcajadas de los niños, tan sonoras, tan contagiosas, y de lo felices que parecen, sin caprichos, sin rabietas, libres. Podría haberme quedado horas acuclillada en una esquina viendo a la gente pasar: una manifestación de profesoras y profesores cuyo canto era limpio y bello, un chaval con una guitarra rota al hombro en cuyo lomo había pintado “Metallica”, una muchacha de cabellos largos y sueltos de danzante caminar al ritmo de sus auriculares. Muchachos y muchachas experimentando una salida de la escuela de lo más occidental a las cinco de la tarde (sin enseñar tangas ni calzoncillos, que siempre es de agradecer)… Aunque a pocos metros circularan mujeres que sólo mostraran ojos, que miraban al suelo.

En una puerta misteriosa de la ciudad antigua, una pareja de adolescentes se dan un beso prohibido mientras una vieja les echa un mal de ojo.

El regateo nos espera en el zoco durante el par de horas que nos quedan libres. Las carnes asadas, el pescado frito, los dulces de almendra.

Hay que empujarse porque así es como se camina. Y las chicas van abrazadas y los hombres de la mano.

En el viaje en tren de Rabat a Casablanca, una mujer moderna y guapa se quita el maquillaje ante nuestros ojos, cambia sus tacones por unas babuchas y se echa encima una chilaba. Se apea en la siguiente estación, un pequeño pueblo como otros, de chabolas sin puertas y parabólicas en los techos rotos, donde los niños juegan en las vías del tren a cazar mariposas y algunos muchachos descargan de los burros a los descampados montones de basura.

Antes de ir, leí de una gran represión a estudiantes, que quedaron gravemente heridos. Ya veis, en África como aquí. Robando palabras de System of a Down: “pushing little children, with their fully automatics, they like to push the weak around”.

Tuvimos la amarga experiencia de tropezar con un grupo de españoles borrachos, viejos y patéticos (y allí no se bebe alcohol), que consecuentemente nos avergonzó.

La foto del rey y la bandera roja con la estrella, por doquier: qué hay de nuevo, viejo.

Me quedo con los ojos heredados de berberes, donde nace la luz.

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