Ewa vestía unos jeans anchos, un jersey rojo y un abrigo gris. Calzaba zapatos de tacón, demasiado apretados para los calcetines de lana que asomaban arrugados por los empeines. Cubriendo sus cabellos grises de pasado pelirrojo, una gorra verde de algún chino. Sus ojos cetrinos eran hermosos y vivos y brillaban aún lo suficiente como para deslucir su enorme nariz y sus desmesuradas orejas.
Podría ser yo de vieja, pensé, y los aros dorados en sus lóbulos centellearon. Podría ser yo… E inmediatamente sentí lástima por ella a través de la compasión que me inspiraba mi yo futuro.
Mientras me perdía en la estúpida y frívola noción de abrir una cuenta de ahorros de inmediato con el fin de, algún día, si necesario, aplicarme cirugía estética y no ser una vieja fea, aunque debería preocuparme más poder pagar un techo y alguien que cuide de mí, Ewa se giró y comenzó a contarle, en polaco, creo, a la chica que tenía al lado —a todas luces, una desconocida— una historia.
Ewa gesticulaba dulcemente y pronto una anécdota resultó ser muy graciosa, comenzó a reír a carcajadas y le entró un ataque de risa, seguido de un ataque de tos y muchas lágrimas.
La desconocida la miraba sin saber cómo reaccionar. De vergüenza, no se atrevía a mirarnos al resto. Abrió el bolso, sacó un libro y se puso a leer. Ewa, a su vez, extrajo un pañuelo del abrigo, se sonó los mocos y se limpió las lágrimas. Ya recuperada y aún con una sonrisa se dirigió de nuevo a su interlocutora y pareció comprender. Borró la sonrisa de su rostro, se miró las manos, se enderezó la gorra y me miró, aunque no estoy muy segura, quizás miraba el esqueleto ahumado de su miseria en el cristal tras de mí. Luego bajó los ojos y pareció apagarse.
La gran mayoría bajamos en Verdaguer, incluida su interlocutora desconocida. Ewa continuó sentada. Cuando ya subía las escaleras, me giré y la vi al final del andén, pintándose los labios en una esquina de un panel de anuncios. Casi doy la vuelta para pasar un rato con ella. Casi…
El tiempo pasa inexorable ante nuestro ojos, mientras pensamos que podriamos haber hecho, dicho o a donde podriamos haber viajado.
ReplyDeletecreo que el amor hace que el tiempo no pase en balde. Llámame romántica. Es obvio.
ReplyDeleteEl tiempo nunca pasa en balde. Creo.
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